Nicolás Sarkozy se ha convertido en el nuevo presidente de Francia. Logró la victoria en la segunda vuelta de las elecciones generales del país europeo, con el 53 % de los votos, y sucederá al actual mandatario galo, Jacques Chirac, por cinco años. La continuidad de las políticas neoliberales está asegurada en esta nación en la que, paradójicamente, nacieron pensadores que propusieran volares como la libertad y la justicia.
Al otro lado, quedó Ségolène Royal, la candidata socialista, con 47 % de los votos. Muchos aseguran que esto traerá una gran crisis en las canteras del Partido Socialista francés, que sufre su tercera derrota consecutiva, luego de que su gran caduillo, François Miterrand, dejara la presidencia en 1995.
Pero, más allá de las cifras, Ségolène es la gran triunfadora. Primero, porque logró imponerse en su propio partido, pese a los prejuicios que existían a los interiores de este, tanto ideológicos como culturales, más específicamente expresados en el machismo. Los pesos pesados del partido creyeron que se impondrían fácilmente, pero Ségolène los aplastó con el 60,6 % de los votos en las elecciones primarias del PS.
Luego, rompió con la tradición masculina. Otras candidatas mujeres habían pasado desapercibidas en otros comicios presidenciales pero Ségolène, la nueva “princesa” del socialismo francés, comenzó a hacerse notar desde que se proclamó su candidatura. Incluso estuvo delante en los primeros sondeos; lamentablemente la campaña contra su imagen, por ser mujer, conviviente (no se casó con su pareja, François Hollande, presidente del PS), y socialista. Aún así, pasó a la segunda vuelta, pese a quienes decían que François Bayrou, postulante centrista, la desplazaría de esta instancia, o de los más recalcitrantes que querían que Jean Marie Le Pen, el racista y xenófobo candidato de ultraderecha, pasara a la segunda vuelta como lo hizo sorpresivamente en el 2002. Si estos candidatos hubieran pasado, el triunfo de Sarkozy hubiera sido más holgado. Pero Ségolène fue la que pasó y lo hizo sufrir hasta el final.
Por último, si bien es cierto algunos analistas consideran que se viene una hecatombe al interior del PS francés, lo cierto es que es la ocasión en que más cerca estuvieron de la presidencia desde 1995, año en que el partido dejó el poder en Francia. Ese año, Lionel Jospin ganó en la primera vuelta con 23 %, perdió en la segunda con 46 %: era evidente que 14 años en el poder habían desgastado al PS. En el 2002 fue más traumático: Jospin quedó fuera de la segunda vuelta, detrás del polémico Le Pen, al obtener 16,18 % contra 16,86 del ultraderechista, debido a la desidia de los izquierdistas radicales, que prefirieron abstenerse. Esto ocasionó que se retirara de la política.
Con Royal, se estuvo más cerca, e incluso, el PS puede tomar un nuevo aire. Además, no todo está perdido, pues en junio son las elecciones legislativas, y pueden tomar un importante lugar como oposición al continuismo de Sarkozy.
Royal perdió en los números, pero no en el proceso histórico. Esta derrota no constituye el final: puede ser el comienzo de una nueva forma de hacer política en Francia, y dentro de su partido, el cual es considerado atrasado en comparación con sus pares socialistas del resto de Europa.
Al otro lado, quedó Ségolène Royal, la candidata socialista, con 47 % de los votos. Muchos aseguran que esto traerá una gran crisis en las canteras del Partido Socialista francés, que sufre su tercera derrota consecutiva, luego de que su gran caduillo, François Miterrand, dejara la presidencia en 1995.
Pero, más allá de las cifras, Ségolène es la gran triunfadora. Primero, porque logró imponerse en su propio partido, pese a los prejuicios que existían a los interiores de este, tanto ideológicos como culturales, más específicamente expresados en el machismo. Los pesos pesados del partido creyeron que se impondrían fácilmente, pero Ségolène los aplastó con el 60,6 % de los votos en las elecciones primarias del PS.
Luego, rompió con la tradición masculina. Otras candidatas mujeres habían pasado desapercibidas en otros comicios presidenciales pero Ségolène, la nueva “princesa” del socialismo francés, comenzó a hacerse notar desde que se proclamó su candidatura. Incluso estuvo delante en los primeros sondeos; lamentablemente la campaña contra su imagen, por ser mujer, conviviente (no se casó con su pareja, François Hollande, presidente del PS), y socialista. Aún así, pasó a la segunda vuelta, pese a quienes decían que François Bayrou, postulante centrista, la desplazaría de esta instancia, o de los más recalcitrantes que querían que Jean Marie Le Pen, el racista y xenófobo candidato de ultraderecha, pasara a la segunda vuelta como lo hizo sorpresivamente en el 2002. Si estos candidatos hubieran pasado, el triunfo de Sarkozy hubiera sido más holgado. Pero Ségolène fue la que pasó y lo hizo sufrir hasta el final.
Por último, si bien es cierto algunos analistas consideran que se viene una hecatombe al interior del PS francés, lo cierto es que es la ocasión en que más cerca estuvieron de la presidencia desde 1995, año en que el partido dejó el poder en Francia. Ese año, Lionel Jospin ganó en la primera vuelta con 23 %, perdió en la segunda con 46 %: era evidente que 14 años en el poder habían desgastado al PS. En el 2002 fue más traumático: Jospin quedó fuera de la segunda vuelta, detrás del polémico Le Pen, al obtener 16,18 % contra 16,86 del ultraderechista, debido a la desidia de los izquierdistas radicales, que prefirieron abstenerse. Esto ocasionó que se retirara de la política.
Con Royal, se estuvo más cerca, e incluso, el PS puede tomar un nuevo aire. Además, no todo está perdido, pues en junio son las elecciones legislativas, y pueden tomar un importante lugar como oposición al continuismo de Sarkozy.
Royal perdió en los números, pero no en el proceso histórico. Esta derrota no constituye el final: puede ser el comienzo de una nueva forma de hacer política en Francia, y dentro de su partido, el cual es considerado atrasado en comparación con sus pares socialistas del resto de Europa.
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