jueves, 24 de mayo de 2007

Recordando la tragedia del 64

Hoy se cumplen 43 años de la tragedia del Estadio Nacional. A continuación, reproduzco un artículo que escribí hace tres años, con motivo de cumplirse cuatro décadas de este triste episodio, titulado "EL Perú, cuarenta años después":

Nuestro país siempre fue el mismo. La verdad es que nunca cambió.


Siempre tuvimos políticos demagogos e indiferentes a la realidad, priorizando intereses personales antes que los de la patria. Siempre tuvimos niños pobres, que no tienen que comer. Siempre tuvimos familias que luchaban por sobrevivir porque el sueldo no alcanza. Siempre hubo gente desempleada, obreros reclamando condiciones justas en huelgas y paros. En fin, problemas nunca le faltaron a nuestra gente.

Además de los problemas cotidianos, siempre fuimos un pueblo descuidado, que reacciona recién cuando la chispa ya tornó en fuego, o cuando el arco está lleno de goles en contra. Lo podemos comprobar en las tragedias de los últimos tres años: Mesa Redonda y Utopía. No se tomaron las precauciones del caso. Cholos y blancos, pobres y ricos: todos los peruanos somos iguales.

Sin embargo, hay que retroceder cuarenta años para recordar la mayor tragedia hasta ese entonces. Ocurrió el 24 de mayo de 1964, cuando más de 300 personas perecieron aplastadas en las puertas del Estadio Nacional (no se sabe cuántos fallecieron hasta el día de hoy). La falta de planificación y de seguridad causó tantas vidas cegadas absurdamente, además del fanatismo y el desborde popular.

Aquel año, se disputaba en Lima el Torneo Pre-olímpico de fútbol, que clasificaba dos selecciones para las Olimpiadas de Tokio. La selección peruana se enfrentaba a la Argentina, y necesitaba el triunfo para obtener una de las dos plazas. Era el partido decisivo, por eso la gente llenó la cancha para alentar al equipo de todos. La ansiedad y la emoción eran grandes, pues ante los problemas que vivía cada peruano, era imperiosa la necesidad de festejar algo como un pueblo unido.

Argentina ganaba 1-0 y parecía que se quedaba con los boletos hacia el Sol Naciente. Sin embargo, Lobatón ponía el empate para los nuestros, y con eso renacía la esperanza. Pero el árbitro uruguayo Ángel Pazos (¡qué casualidad que era del Plata!) anuló el gol, aduciendo posición adelantada. Las pifias se comenzaron a oír en todo el coloso de la calle José Díaz. Un negro (así se les llama, decir "moreno" es un racismo escondido) más conocido como "bomba", llamado Melasio Campos, saltó la malla que divide la tribuna del campo, y se metió al rectángulo verde, con el fin de agredir al juez. La Policía atrapó al individuo, siendo luego retirado de la escena, lo cual causó gracia a los espectadores. Hasta allí, todo normal.

El incidente había pasado aparentemente, pero otro sujeto se metió al campo con el mismo fin del "negro bomba". La policía nuevamente intervino, capturando a este espectador, pero se descuidó de su anterior presa, que salió nuevamente a la carga contra el réferi uruguayo. Los hombres de verde lograron nuevamente tenerle su poder, pero esta vez descargaron su furia contra "Bomba" a punta de palazos. Eso indignó a los espectadores, que comenzaron a trepar las mallas para meterse también a la cancha. Las fuerzas del orden lanzaron entonces gases lacrimógenos, primero hacia el límite entre el campo y la malla.

Pero luego vino la locura, el espanto: ahora los gases fueron lanzados a las mismas tribunas, lo que causó pánico generalizado. La gente evacuó las tribunas con dirección a las puertas de salida a la calle. Allí fue lo peor: de las 29 salidas, sólo tres estaban abiertas. En las 26 restantes, la masa humana se fue arremetiendo y forzando contra las puertas en su desesperación al encontrarlas cerradas. Muchos murieron asfixiados y aplastados, más de 300, según las cifras oficiales.

Luego de la barbarie, muchos sacaron el cuerpo, evadiendo sus responsabilidades, como el Consejo Nacional del Deporte (ahora IPD), quienes en un comunicado, adujeron que no tenían nada que ver con el asunto, que los que alquilan el Estadio para un espectáculo son los responsables. El caso quedó archivado, habiendo de por medio vidas inocentes. Para hacer la de Adán echándole la culpa a Eva, los peruanos somos campeones.

Igual fue en Mesa Redonda y Utopía: los que debían cargar con el peso, lo dejaron tirado allí, a ver quien lo recoge pues. Ese peso se sigue acrecentando sobre nosotros, y cada día pesa más sobre nuestras espaldas. Aprender a asumir nuestras responsabilidades, y ser un pueblo ordenado, previsor, precavido, es tarea de todos, no sólo de los que gobiernan.

Cuatro décadas después, los peruanos seguimos siendo los mismos. No sabemos si igual o peor.

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