martes, 3 de abril de 2007

La desaparición de Olivera

Alan García vive tranquilo su segunda gestión. Si bien es cierto en los últimos meses su gobierno ha vivido algunos remezones, como los escándalos por las compras sobrevaloradas de movilidades para el Estado, y las desavenencias entre algunos ministros, todas estas cosas no lo inmutan para nada.

Esto se debe a que, si bien es cierto la oposición ha buscado hacer mella con estos hechos, esta es muy débil, y los manotazos que pueda darle al régimen no hacen mayor daño. Pese a que hay un buen sector de la población que rechaza a García Pérez (un 30 por ciento según las últimas encuestas), no hay síntomas de que este sector tenga favoritismo hacia alguien que pueda canalizar sus demandas y sus rechazos al APRA.

Si bien es cierto no tenía un respaldo mayoritario en el electorado, alguien que representaba una parte del clásico sector anti-aprista era Fernando Olivera. No fue el líder principal de la oposición en el primer gobierno de García, pero sí era reconocido como uno de sus principales representantes. Las acciones que tomaba contra el aprismo, no sólo en la primera gestión de Alan, sino en los años posteriores, era bien vista por ese sector duro, que siempre tuvo reticencias con los apristas.

Sus intervenciones buscando investigar cualquier irregularidad de parte del APRA, así como su lenguaje agresivo contra este partido, caló en una buena parte de esa población. Tanto así que luego de ser diputado entre 1985 y 1990, fundó el Frente Independiente Moralizador (FIM) fue reelegido durante varios años más. Presidió una comisión investigadora contra Alan García en aquel Congreso disuelto por el sátrapa Fujimori entre 1990-1992. Luego participó en el Congreso Constituyente Democrático (¿?) entre 1993-1995, haciendo una oposición moderada al fujimorismo, que radicalizó cuando fue electo congresista para el período 1995-2000.

Su labor como opositor le dio buenos réditos políticos. En el 2000, fue reelecto nuevamente para cinco años más, pero él mismo se encargó de obligar a Fujimori a acortar su período, cuando presentó, junto a los integrantes del FIM, el famoso vídeo Alberto Kouri – Montesinos, que propició la caída de la dictadura. Fujimori acortó su gestión a un año, junto con la del Congreso, para convocar a elecciones.

Allí comenzó el principio del fin de Olivera. Se presentó como candidato presidencial por el FIM, y parecía tener buena opción a inicios de 2001. La presencia de Alan García nuevamente en la escena política parecía acrecentar su caudal, puesto que siempre vivió de perseguirlo, pero su candidatura se diluyó, para quedar en cuarto lugar con más de nueve por ciento. Principio del fin porque, además de golpear a García, como era natural, también se la agarró con Alejandro Toledo, a quien incluso acusó de drogadicto; pero luego el FIM hizo alianza con su partido, Perú Posible, luego de que este lograra la victoria electoral. Ahí comenzó la caída.

Toledo tuvo una gestión tan desacertada, que esto arrastró a Olivera con todo. Pero el otrora opositor en regímenes anteriores también cometió errores. Fue primero ministro de Justicia y luego embajador en España, hechos que hicieron caer su imagen ante la opinión pública. Las agresiones de parte suya contra la prensa, haciendo callar a un periodista y tirándole un portazo a otra, mellaron más su imagen. Olivera comenzó a volverse antipático. La gota que derramó el vaso fue su persistencia en querer ser canciller, durando sólo tres horas, luego de que el entonces premier Carlos Ferrero renunciara para desautorizar esa designación de parte del también impopular Toledo.

La última aparición pública de Olivera fue en las elecciones generales del 2006. Primero quiso ser candidato presidencial, pero al ver que tenía poquísimas opciones, decidió ser cabeza de lista por el FIM al Congreso. Recibió la estocada final, al captar sólo el un por ciento de los votos, muriendo él y arrastrando a su partido, que no logró ningún escaño en el Congreso, desapareciendo (¿para siempre?) de la escena política. No tuvo la buena suerte de su ex socio Perú Posible, que logró apenas dos curules (algo es algo).

Desde allí, hasta ahora, no se ha vuelto escuchar nada de Olivera. Algunos dicen que está en España disfrutando del dinero que pudo juntar en estos años (recuerden que un congresista gana buen sueldo). Otros dicen que lo han visto por ahí, llorando su muerte política (o ¿suicidio?, pasó de opositor a “escudero”), en un bar de Lima. Quién sabe. Pero el más feliz de todo esto es García, quien ya no tiene en su zapato aquella piedra que lo molestaba. (Aunque puede surgir otra).

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