Mauricio Mulder afirmó, en una entrevista concedida hace un par de semanas al diario La República, que el Partido Aprista atraviesa una seria crisis.
Evidentemente, Mulder dijo esto en referencia a las recientes denuncias por corrupción en las que se han visto envueltos sus secretarios generales, Jorge Del Castillo y Omar Quezada. Estos hechos han provocado un remezón en el partido que fundara Víctor Raúl Haya de la Torre.
Remezón que es evidencia de una crisis que no es reciente, como quiere dar a entender Mulder. Esta situación viene de años, y se ha acentuado durante el período en que él estuvo como secretario general. Una situación como ésta no se da en unos pocos días. Viene de tiempo atrás. Para entender esto, es necesario hacer un recuento histórico.
El APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) fue fundado en 1924 en México como un movimiento continental que buscaba la afirmación de las soberanías de las naciones latinoamericanas, en respuesta a los imperialismos. Todo aquel que se adhiriera a la nueva doctrina, era denominado "aprista". Pese a que tenía dimensión latinoamericana, mostrando su influencia con la fundación de partidos como el PRI mexicano y Acción Democrática en Venezuela, y en políticos como Perón en Argentina y Getúlio Vargas en Brasil. Pese a esto, su espacio se redujo a nuestro país, con la fundación del Partido Aprista en 1930; aunque sin desvincularse con sus llamados "partidos hermanos".
De posiciones reformistas en sus primeros treinta años, y obligado por las constantes persecuciones, el APRA tuvo que pactar con sus otrora archienemigos: primero con Prado (la "convivencia" de 1956) y con su perseguidor Odría (la Coalición de 1963). Allí perdió apoyo popular, el cual comenzó a volcarse hacia una izquierda que comenzaba a gestarse en esos años, y tendría su apogeo en los años '80. Y perdió la oportunidad de ser gobierno, cuando en 1968 un golpe de Estado de militares revolucionarios sacó a Belaúnde del poder, y se quedó en Palacio 12 años. No obstante, el APRA recuperó fuerzas cuando logró la mayor votación en las elecciones para la Constituyente de 1978, con Haya de la Torre como su presidente. Sin embargo, sufrió un duro golpe con su muerte al año siguiente. Entonces llegó el debate acerca de quién sería el sucesor.
Más allá de que Armando Villanueva fuera elegido el candidato presidencial en 1980, y perdiera dignamente ante Fernando Belaúnde, casi todos los líderes de la generación del popular "zapatón" andaban por los 60 y 70 años de edad. Y se asomaba una generación de entre los 30 y 40 años, cuya cara más visible era un muchacho llamado Alan García.
Alan García saltó a la palestra política en la Constituyente de 1978. Y su ascenso fue rápido. Fue cabeza de lista de Diputados en la campaña del '80. Y en 1982, derrotó al ilustre abogado Carlos Enrique Melgar en la elección por la secretaría general del APRA. Con sólo 33 años, se erigió como la esperanza renovadora, no sólo del Partido Aprista, sino de la política peruana, que estaba cansada de sesentones y setentones que tenían años en las curules.
Y en 1985 se hizo de la presidencia. Los dos primeros años de García fueron de bonanza económica en el país, y gozó de inmensa popularidad. Pero hechos como la matanza del Frontón en junio de 1986, la galopante hiperinflación, además de actos de corrupción, fueron medrando su imagen. Y la de su partido. Aún así, Luis Alva Castro sacó 22 por ciento de los votos, lo cual era más de lo que se esperaba.
Como consecuencia de lo anterior, en la década de 1990 ser aprista era ser un apestado. Un corrupto. Un leproso. No sólo por lo ocurrido en el primer período presidencial de García. Hay que recordar que la campaña de los medios controlados por Fujimori le echó más sal a la olla. La mayoría se tuvo que esconder. Muy pocos salieron a enfrentar a la dictadura.
Volvió la democracia, e inesperadamente el APRA retornó al primer plano del escenario político, sin haberse recuperado plenamente de lo vivido en los '90. Pasó a ser el principal partido de la oposición al régimen de Alejandro Toledo. Aún así, siempre fueron vistos con recelo por gran parte de la población. Pero el miedo a Humala pudo más y los devolvió al poder el 2006, otra vez con García a la cabeza.
La victoria de García no significaba que el APRA estuviera bien. Sólo maquillaba algo que no se veía por dentro. Desde la vuelta de la democracia en el 2000, y hasta el 2006, su padrón no se llenó de gente que necesariamente creyera en los ideales de Víctor Raúl. Tal como ocurrió en los '80. Gente interesada e inescrupulosa, con ganas de vivir del Estado. Y ahora vemos las consecuencias.
El APRA no estaba obligada a salir a la palestra tan rápidamente luego de la caída de Fujimori. Ni debió concentrarse en ayudar a García a volver al poder. Más bien, tendría que haber definido bien hacia dónde apuntaba como movimiento político, antes que servir de maquinaria electoral del presidente. Hacer un análisis y un mea culpa de lo ocurrido entre 1985 y 1990. Luego de eso, podría haberse reafirmado como un partido fuerte, vinculado a los sectores sociales y ayudando a consolidar la institucionalidad del país. El "alanismo", sin duda alguna, pudo más que la reorganización. Y eso es lo que le ha hecho daño.
Entonces, la crisis del APRA no es reciente, señor Mulder. Viene de años. Y parece que se acentuó cuando usted era secretario general.
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