viernes, 2 de noviembre de 2007

El Halloween versus la Música Peruana

Cada 31 de octubre observamos que se libra una batalla ante un “enemigo” como es el “Halloween”, la famosa “fiesta de las brujas”, aquella celebración proveniente de los Estados Unidos, en la que se disfraza a los niños de seres terroríficos y pasearlos por las calles para que pidan dulces.

Como es conocido, el 31 de octubre de cada año, se celebra “el día de la Canción Criolla”, en homenaje al canto popular nacional del Perú. Esta festividad se recuerda con escuchando y bailando esta música. Sin embargo, en algún momento de la historia (los años ’80), el cancionero peruano tuvo una época de decadencia, debido a la poca aparición de nuevas composiciones, y, sin ánimo de buscar culpables, la proliferación del Halloween como festividad en el mismo día.

De pronto, en vez de observar cada 31 de octubre peñas y restaurantes donde sonaba la música de intérpretes de Óscar Avilés, Chabuca Granda, Arturo “el zambo” Cavero (aquellos quienes siempre recuerda el DT argentino César Luis Menotti cuando le hablan del Perú) o la más popular Eva Ayllón, se comenzó a ver que la presencia de más niños disfrazados de calaveras, brujas, y otros seres relacionados con los monstruoso, con sus calabazas de juguete y otros “souvenir”, era lo más festejado.

Sin embargo, desde fines de la década de los ’90 hasta la actualidad, el Halloween en el Perú ha ido declinando. Pese a que la música criolla (más exactamente música de la costa peruana) no se ha visto renovada, se puede observar un fenómeno en el que las generaciones últimas (incluida la mía, de los nacidos de 1980 para adelante) muestran más apego hacia el canto nacional. Jóvenes de entre 20 y 30 años, y hasta adolescentes entonan melodías como “Alma, corazón y vida”, “Ódiame”, “José Antonio” o “La Flor de la Canela”; canciones que pese a tener más de 50 años de compuestas, siguen presentes dentro del imaginario cultural peruano. Todo esto gracias a la labor esforzada de varios y varias artistas nacionales que siguen difundiendo el criollismo.

Esto indica que, pese a un bombardeo de lo extranjerizante, los latinoamericanos podemos mantenernos firmes en nuestras tradiciones y costumbres. No se trata de satanizar lo extranjero: el tema es que una fiesta extranjera no puede sustituir una celebración nacional. Es un triunfo de la cultura latina ante la alienación.

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