miércoles, 11 de julio de 2007

Machu Picchu: Triunfo de los pueblos originarios

Gran algarabía se ha desatado en el país por la elección de la ciudadela de Machu Picchu como una de las siete maravillas del mundo. Como nunca, nos sentimos orgullosos de ser peruanos, pese a los problemas que nos agobian. Este triunfo lo celebraron todos: ricos y pobres; blancos, negros, cholos, chinos, y todo ese crisol de razas que conforman el Perú. Ni siquiera la aplastante derrota de nuestra selección ante la Argentina (era de esperarse algo así con el técnico que tenemos) opacó la euforia.

Esta algarabía se sustenta en dos razones. La primera, que es la de la gente común, está en el hecho mismo del valor que se le da en el exterior a lo que es nuestro, y el sentimiento nacionalista. La segunda (más de los políticos, en cierto modo) es la económica. Si bien es cierto Machu Picchu, antes de lograr este galardón, ya tenía un buen número de visitantes del exterior como dentro del mismo país, ahora será más visible para el mundo por el hecho de ser “una maravilla”. Lo cual, sostienen los economistas de tendencia liberal, beneficiaría al país, porque aumentarían las divisas gracias a un probable “boom” de turismo que se vendría.

Sin embargo, las divisas que se obtengan del supuesto “boom” se las llevarán, como siempre, los grandes capitales. Esto ya ocurrió en el pasado, con la bonanza del caucho y el guano, y ahora se da con las empresas mineras, las cuales extrayendo riqueza de nuestro territorio, obtienen utilidades de 500 a 600 por ciento, y además de maltratar a sus trabajadores de la manera más descarada, le dejan miserias al Estado.

Todo esto se da, en desmedro de una mitad del país que se encuentra en situación de pobreza. De este 50 por ciento de pobres, la gran mayoría son indígenas, descendientes de esa raza que alguna vez fue grande, y llegó a ser una de las culturas más civilizadas y adelantadas en América: el Imperio del Tahuantinsuyo.

Esa misma raza fue la que construyó un monumento como Machu Picchu, desafiando las dificultades geográficas y climáticas, con un ingenio y creatividad que pocos pueden comprender, pues muchos no entienden como pudieron ser elevados hacia las alturas enormes bloques de piedra con los que construyeron la histórica ciudadela.

Esa misma raza fue aplastada culturalmente por el conquistador español, siendo despojada de sus riquezas, humillada y maltratada. Esta situación se prolonga aún después de terminada la época colonial. En pleno siglo XXI, los pueblos originarios del Perú y nuestra América no han sido restituidos y restaurados de ese pasado doloroso. Han sido olvidados y “ninguneados” por el poder político, y lo que es peor, aún muchos gobiernos democráticos los han ignorado.

Lo más contradictorio es que, siendo herederos de los Incas, muchos peruanos que viven alrededor de Machu Picchu no pueden acceder a visitar este monumento, por lo excesivo del precio de la entrada. Bill Gates, Cameron Díaz y Olivia Newton John sí pueden entrar; pero Juan Quispe y Jacinta Mamani no llegarán a hacerlo porque no les alcanza ni para el té. Alrededor de Machu Picchu y del Cuzco, existen enormes bolsones de pobreza que son completamente ignorados.

El triunfo de Machu Picchu es motivo de alegría. Pero que el botín no se lo repartan algunos. Los descendientes de los pueblos originarios, más que nadie, son quienes deben ser los primeros en ser reparados y rescatados de la pobreza que viven. Son ellos quienes deben tener la prioridad en recibir los beneficios de este triunfo que sus gloriosos antepasados forjaron sin saberlo y quererlo. El triunfo es de ellos.

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