
El artículo anterior fue dedicado al ejercicio del periodismo, y sus excesos. Ahora nos referiremos a quienes atacan a la prensa, la que por más que se comporte, a veces, de manera desordenada en el afán de conseguir la noticia, también merece respeto.
La señora Gisela Valcárcel se cree con derecho a exigir cosas, como televisión blanca, y respeto al derecho a la intimidad. Parece que no entiende que ya no está en la pantalla chica, ya pasó de moda. Sin embargo, alucina aún que es la reina. Por eso que maltrató a un fotógrafo, que, pese a que se haya portado malcriado, no ameritaba los insultos y la bajeza de quien se cree un manto de moralidad.
Sin embargo, insiste. Ha anunciado que encabezará una marcha contra la televisión nociva, y que para ello, convocará a muchos personajes de la farándula. Su objetivo es presionar a los anunciantes de publicidad para que ya no anuncien en programas como el de Magaly Medina, entre otros.
Más allá de las discrepancias con Magaly, creo que los anunciantes son libres de poner sus avisos donde crean conveniente. Si les resulta viable y conveniente, lo seguirán haciendo. Existe el derecho de hacer negocio donde uno lo estime pertinente, y también de dejar de hacerlo donde ya no conviene. Esto último se produciría si el programa de Magaly bajara sus bonos, cosa que inevitablemente pasará. Porque todo tiene su final, y algún día, tendrá que cerrar su programa. Pasará de moda, como sucedió con Laura Bozzo.
Gisela no tiene autoridad moral para pedir tal propósito. Ella cree que es una persona moral y decente, que todo lo ha logrado con decencia. Sin embargo, su pasado la condena.
¿Acaso no recuerda cuando hacía su “Aló, Gisela” y en una de esas, el cantante venezolano Guillermo Dávila apareció encima de ella? No soy moralista, pero aquel programa se transmitía de mediodía, y los niños deben evitar ver ese tipo de imágenes mientras sean niños (después podrán ver todo lo que quieran) Y sus últimos programas, ¿acaso eran culturales, científicos, didácticos? ¡No! De ninguna manera. Se hizo sonoramente conocido el caso de aquel muchacho que le faltó el respeto y la insultó (ni su nombre recuerdo). ¿No recuerdan “La casa de Gisela”, una burda copia de “Gran hermano”? ¿Acaso todo esto es “televisión blanca? Háganme el favor. Por supuesto que no.
Por último, no olvidemos (porque en el Perú somos muy olvidadizos, eso sí es una “virtud” nuestra) que la “honorable” señora Gisela Valcárcel fue a pedirle un favor nada menos que al siniestro ex asesor presidencial, Vladimiro Montesinos, acaso el hombre más corrupto de nuestra historia. Le rogó que hiciera todo lo posible porque no se publique el famoso libro de su ex pareja, Carlos Vidal, titulado “La Señito”, donde narraba episodios de la relación que mantuvieron. Acudió hasta la misma salita del SIN, esa misma donde se cometieron los más escandalosos actos de corrupción. Acudió ante casi el demonio mismo ¿A cambio de qué? No lo sabemos. Y así se la pega de moral.
Por eso, esto es una hipocresía de quien se cree algo que nunca fue. Su presencia en la televisión también fue pura basura. Es lo mismo que Magaly: es como si el sapo le dijese al cocodrilo que es hocicón, cuando también lo es.
La señora Gisela Valcárcel se cree con derecho a exigir cosas, como televisión blanca, y respeto al derecho a la intimidad. Parece que no entiende que ya no está en la pantalla chica, ya pasó de moda. Sin embargo, alucina aún que es la reina. Por eso que maltrató a un fotógrafo, que, pese a que se haya portado malcriado, no ameritaba los insultos y la bajeza de quien se cree un manto de moralidad.
Sin embargo, insiste. Ha anunciado que encabezará una marcha contra la televisión nociva, y que para ello, convocará a muchos personajes de la farándula. Su objetivo es presionar a los anunciantes de publicidad para que ya no anuncien en programas como el de Magaly Medina, entre otros.
Más allá de las discrepancias con Magaly, creo que los anunciantes son libres de poner sus avisos donde crean conveniente. Si les resulta viable y conveniente, lo seguirán haciendo. Existe el derecho de hacer negocio donde uno lo estime pertinente, y también de dejar de hacerlo donde ya no conviene. Esto último se produciría si el programa de Magaly bajara sus bonos, cosa que inevitablemente pasará. Porque todo tiene su final, y algún día, tendrá que cerrar su programa. Pasará de moda, como sucedió con Laura Bozzo.
Gisela no tiene autoridad moral para pedir tal propósito. Ella cree que es una persona moral y decente, que todo lo ha logrado con decencia. Sin embargo, su pasado la condena.
¿Acaso no recuerda cuando hacía su “Aló, Gisela” y en una de esas, el cantante venezolano Guillermo Dávila apareció encima de ella? No soy moralista, pero aquel programa se transmitía de mediodía, y los niños deben evitar ver ese tipo de imágenes mientras sean niños (después podrán ver todo lo que quieran) Y sus últimos programas, ¿acaso eran culturales, científicos, didácticos? ¡No! De ninguna manera. Se hizo sonoramente conocido el caso de aquel muchacho que le faltó el respeto y la insultó (ni su nombre recuerdo). ¿No recuerdan “La casa de Gisela”, una burda copia de “Gran hermano”? ¿Acaso todo esto es “televisión blanca? Háganme el favor. Por supuesto que no.
Por último, no olvidemos (porque en el Perú somos muy olvidadizos, eso sí es una “virtud” nuestra) que la “honorable” señora Gisela Valcárcel fue a pedirle un favor nada menos que al siniestro ex asesor presidencial, Vladimiro Montesinos, acaso el hombre más corrupto de nuestra historia. Le rogó que hiciera todo lo posible porque no se publique el famoso libro de su ex pareja, Carlos Vidal, titulado “La Señito”, donde narraba episodios de la relación que mantuvieron. Acudió hasta la misma salita del SIN, esa misma donde se cometieron los más escandalosos actos de corrupción. Acudió ante casi el demonio mismo ¿A cambio de qué? No lo sabemos. Y así se la pega de moral.
Por eso, esto es una hipocresía de quien se cree algo que nunca fue. Su presencia en la televisión también fue pura basura. Es lo mismo que Magaly: es como si el sapo le dijese al cocodrilo que es hocicón, cuando también lo es.