sábado, 2 de febrero de 2008

Marito y Alan: Enemigos íntimos

Hace solo cinco años, era impensable que los archirrivales políticos Alan García Pérez y Mario Vargas Llosa se encuentren para conversar. Ni siquiera era imaginable que coincidan en alguna ceremonia. La enemistad política entre ambos era una razón de peso, definitivamente.

Esta situación viene de larga data, algo más de dos décadas. Todo comienza cuando el impetuoso García, en su primer gobierno, anuncia en 1987 la estatización y nacionalización de la banca. Ante esto, surge por primera vez una oposición de peso al régimen aprista, encabezada por Vargas Llosa, junto con gente de la derecha liberal, agrupada en el Instituto Libertad y Democracia, de Hernando de Soto.

El 21 de agosto de 1987, el ya famoso escritor encabezó un multitudinario mitin en la Plaza San Martín, en el que rechazaba el intento de García de estatizar la banca privada. Con este hecho, que recibió respaldo popular, Vargas Llosa crea el Movimiento Libertad, en un principio para frenar la acción estatista, pero que al final deviene en una organización política, que en 1988 se une con Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, y forman el recordado Frente Democrático (Fredemo), una coalición de derechas con miras a las elecciones de 1990.

Así, mientras el régimen de García se desgastaba, Vargas Llosa iba ganando popularidad, gracias a sus constantes críticas al manejo económico del gobierno aprista. Llegado 1990, todo parecía indicar que el escritor se convertiría en el próximo presidente. Sin embargo, su archienemigo García, utilizando la maquinaria del APRA (y con el apoyo nada desapercibido de la Izquierda, pese a que comenzaba su fragmentación), prefirió apoyar al desconocido Alberto Fujimori, en perjuicio de su otro archirrival (dentro del APRA), Luis Alva Castro. Y Fujimori logró la victoria, consumándose la venganza de García contra Vargas Llosa. Lo demás es historia conocida.

Pasados los años, pese a estar en el mismo viejo continente, ni Vargas Llosa ni García buscaron coincidir. El escritor estuvo en España, quizá resentido con el Perú, e incluso adquirió la nacionalidad ibérica. Por su lado, el líder aprista estaba en su exilio francés, perseguido por quien apoyó en 1990, y se dedicaba a la docencia, entre otras cosas. En lo único que ambos coincidían eran sus nada suaves críticas al régimen fujimorista. Pero Vargas Llosa seguía siendo de derecha, mientras que García ahora pasaba a ser parte de la socialdemocracia.

García retorna en 2001, tras haber quedado libre de sus procesos judiciales, y postula nuevamente a la presidencia. Si bien es cierto no recibió el guantazo directamente, su archirrival Vargas Llosa apoya a Alejandro Toledo, quien finalmente logra la victoria electoral, derrotando en segunda al entonces ex mandatario, quien, pese a la derrota en segunda vuelta, fue prácticamente perdonado por el pueblo peruano.

Cinco años después, el “gran” Alan (por su tamañazo) vuelve a lanzar su candidatura. Otra vez, y fiel a su estilo, Vargas Llosa apoya a la que fuera denominada por García “la candidata de los ricos y la derecha”: Lourdes Flores Nano. Sin embargo, Alan la deja otra vez fuera de la segunda vuelta, enfrentando a Ollanta Humala.

Aquí se produce el punto de quiebre. Vargas Llosa declara que ante estas dos opciones, prefiere votar por García, porque “representa el mal menor” y realizará su gobierno en democracia. García, sin rechazar el apoyo sorpresivo del escritor, advierte que él no ha pedido ese respaldo. Finalmente, el líder aprista vuelve a la presidencia con más del 52 % de los votos válidos.

Ahora, Vargas Llosa y García se saludan en Palacio de Gobierno. El primero fue a visitar al segundo, en agradecimiento por la preocupación de este último por su estado de salud. El escritor dice que el Presidente está manejando bien la economía, dentro de las reglas del juego democrático y del libre mercado. García señala que “fue un honor” conversar con el escritor e incluso manifestó su deseo de que gane el Premio Nobel de Literatura. ¡Cómo cambian los tiempos, Venancio! ¿Qué te parece?

Es cierto que García cambió. Pero Vargas Llosa también. Sino, recordemos que el laureado escritor peruano era un defensor a muerte de la revolución cubana y de Fidel Castro, en la década de 1960. Ahora es su más acérrimo crítico.

viernes, 1 de febrero de 2008

25 años de Uchuraccay: algunas reflexiones

Antes del 26 de enero de 1983, nadie sabía dónde quedaba Uchuraccay, localidad de la provincia de Huanta, departamento de Ayacucho. Después de esa fecha, se descubrió que “existía”, pues en aquel remoto lugar de los andes peruanos, ocurrió una de las tragedias más grandes de nuestra historia: la muerte de ocho periodistas que buscaban investigar la violencia que ejercía Sendero Luminoso en estos lares.

Estos valerosos periodistas fueron a un lugar recóndito y lejano como Uchuraccay, para descubrir lo que ocurría realmente. La realidad, negada por el gobierno de Belaúnde en aquel entonces, era que Sendero comenzaba a ejercer violencia y terror en Ayacucho. Y la misión de estos periodistas era descubrir la verdad.

Era tal la violencia de Sendero en Uchuraccay, que sus pobladores andaban a la defensiva ante cualquier elemento extraño. Esto se comprobó luego de que la comisión investigadora de los hechos, presidida por el laureado escritor Mario Vargas Llosa, determinara que los campesinos de Uchuraccay asesinaron a los periodistas, confundiéndolos con terroristas.

Esto también comprobó que los pobladores de Uchuraccay, así como en muchas partes del Perú de esos años, andaban a la deriva frente a Sendero, sin ningún apoyo del Estado, y tenían que vérselas como podían. Aniquilando incluso a quienes solo buscaban la verdad para ayudarlos, como eran los periodistas. Ese era el desamparo en que vivían, que no solo consistía en su indefensión ante Sendero, sino ante los propios efectivos de las fuerzas del orden.

La política del Estado era, además del abandono de los lugares más aislados del país, la represión. Si no se lograba capturar a los terroristas de verdad, había que crearlos, aunque fueran de mentiras. Por eso, según la Comisión de la Verdad, están registradas miles de desapariciones, las que en su mayoría tratan de campesinos con rasgos étnicos indígenas, perpetradas por los militares, y también por elementos terroristas.

Otra lección que nos queda es para el periodismo de nuestros tiempos. La prensa en el Perú ha dado muchas muestras de presentar solo una versión oficial, que es la que hay que creer sin replicar, como sucede en otros países. Ocurrió con más gravedad, y de manera crónica, en la época del fujimorismo. Pero también ha dado otras de querer ir más allá de lo oficial. Si no fuera por estos intrépidos periodistas, que quisieron comprobar lo que ocurría realmente en Uchuraccay, quizás nunca se habría descubierto el terror constante a la que era sometida diariamente.

En tiempos en que se predica el pensamiento único del neoliberalismo económico, en el que los Estados no deben intervenir para nada y el mercado lo decide todo; en el que todo aquel que enarbole una bandera diferente es un retrógrada o afiebrado; y en un mundo en el que a quienes están en el poder les conviene ocultar la verdad; es necesaria una prensa crítica, que mire más allá de lo evidente, y que se atreva a ir más lejos de donde está permitido, aún cuando los riesgos estén presentes (¿Cuándo no estuvieron?).

25 años después, la verdad nos sigue haciendo libres. Gracias mártires de Uchuraccay.