En el fútbol, aquel jugador que gusta de eludir adversarios con el balón con fintas, o tacos, “huachitas”, entre otras jugadas que son atractivas a los ojos del espectador que va a la cancha. Algunos son grandes jugadores, como el brasileño Ronaldinho o el francés Zinedine Zidane, quienes además de hacer todos estos malabares, también hacen goles. Sin embargo, otros sólo hacen esto, para el deleite visual del aficionado.
De este último tipo de “jugador” es Alan García. Usted dirá de qué estoy hablando, o pensará que me estoy burlando. Hablo del Presidente de la República. Pero en sentido figurado. Hasta el momento, el Jefe de Estado se ha dedicado a “jugar para la tribuna”, con medidas que gustan a los ojos y que impresionan al ciudadano de a pie, pero son de corto plazo.
Apenas iniciada su segunda gestión, la primera medida que anunció Alan García fue la de la pena de muerte para los violadores de menores de edad. Lo hizo siendo conocedor de que la mayoría de la población apoyaba esta iniciativa, en vista de los constantes crímenes y vejaciones cometidos contra niños y niñas inocentes. Sin embargo, era un anuncio efectista, lleno de malabares y fuegos artificiales, que hasta ahora no se aplica. De más está decir que la pena de muerte no soluciona el problema del abuso sexual al menor. Y eso lo sabe García.
Cuando la Corte Interamericana emitió el fallo acerca de la matanza en el penal Castro Castro, ocurrida en 1992, en el que el Estado debía indemnizar a los familiares de los presos por terrorismo victimados, Alan expresó que el fallo era “indignante”, y aprovechando la sensibilidad de quienes perdieron a sus seres queridos por causa del terrorismo, extendió su pedido de pena de muerte a los sediciosos. Algo imposible, dado que un país como el Perú, que eliminó la pena capital, no puede volver atrás en esta materia, debido que firmó el Pacto de San José de 1978 sobre los derechos humanos.
Sin embargo, otra vez jugó con el sentir de la población. Cuando el Congreso dictaminó su negativa ante la medida, Alan aceptó al principio la medida, pero al día siguiente recibió a numerosos familiares de víctimas del terrorismo (con portátiles incluidas) que pedían la pena capital. En el patio de Palacio de Gobierno, improvisó un mitin donde aseguró la pena de muerte para los terroristas. Es comprensible el dolor de las familias afectadas por el terrorismo, y hasta sus demandas, pero el presidente no puede ser demagógico con ellos, sólo por ganar el respaldo popular. El líder de un país debe decirle la verdad a su pueblo.
Las propuestas de la puntualidad y la austeridad también son otras fintas del Presidente. La gente aplaude estas dos acciones, considera que la puntualidad es defecto que el peruano debe corregir; y la austeridad es una respuesta a la inmensa frivolidad del gobierno de Alejandro Toledo, su antecesor. Sin embargo, estos gestos no resuelven los problemas del país.
La última: decreto supremo que reduce los sueldos de los alcaldes provinciales y distritales, en función de la población electoral. Alan logra dos cosas a la vez con esto: respaldo popular, porque el pueblo no tolera que muchas de sus autoridades ganen exorbitantes sueldos; y pone a los alcaldes contra la pared, puesto que si alguno reclama, será repudiado por la opinión pública local.
Alan García como presidente es un futbolista malabarista: consigue aplausos de la tribuna que elogia sus grandes proezas con el balón. Sin embargo, la hinchada no le va perdonar cuando acaben los noventa minutos sin anotar un gol. Eso está bien para unos momentos, pero el Perú no sólo gana con gestos mediáticos. Los verdaderos goles se anotan impulsando cambios importantes en salud, justicia, educación y erradicación de la pobreza, y no sólo con “dominaditas” de balón.
De este último tipo de “jugador” es Alan García. Usted dirá de qué estoy hablando, o pensará que me estoy burlando. Hablo del Presidente de la República. Pero en sentido figurado. Hasta el momento, el Jefe de Estado se ha dedicado a “jugar para la tribuna”, con medidas que gustan a los ojos y que impresionan al ciudadano de a pie, pero son de corto plazo.
Apenas iniciada su segunda gestión, la primera medida que anunció Alan García fue la de la pena de muerte para los violadores de menores de edad. Lo hizo siendo conocedor de que la mayoría de la población apoyaba esta iniciativa, en vista de los constantes crímenes y vejaciones cometidos contra niños y niñas inocentes. Sin embargo, era un anuncio efectista, lleno de malabares y fuegos artificiales, que hasta ahora no se aplica. De más está decir que la pena de muerte no soluciona el problema del abuso sexual al menor. Y eso lo sabe García.
Cuando la Corte Interamericana emitió el fallo acerca de la matanza en el penal Castro Castro, ocurrida en 1992, en el que el Estado debía indemnizar a los familiares de los presos por terrorismo victimados, Alan expresó que el fallo era “indignante”, y aprovechando la sensibilidad de quienes perdieron a sus seres queridos por causa del terrorismo, extendió su pedido de pena de muerte a los sediciosos. Algo imposible, dado que un país como el Perú, que eliminó la pena capital, no puede volver atrás en esta materia, debido que firmó el Pacto de San José de 1978 sobre los derechos humanos.
Sin embargo, otra vez jugó con el sentir de la población. Cuando el Congreso dictaminó su negativa ante la medida, Alan aceptó al principio la medida, pero al día siguiente recibió a numerosos familiares de víctimas del terrorismo (con portátiles incluidas) que pedían la pena capital. En el patio de Palacio de Gobierno, improvisó un mitin donde aseguró la pena de muerte para los terroristas. Es comprensible el dolor de las familias afectadas por el terrorismo, y hasta sus demandas, pero el presidente no puede ser demagógico con ellos, sólo por ganar el respaldo popular. El líder de un país debe decirle la verdad a su pueblo.
Las propuestas de la puntualidad y la austeridad también son otras fintas del Presidente. La gente aplaude estas dos acciones, considera que la puntualidad es defecto que el peruano debe corregir; y la austeridad es una respuesta a la inmensa frivolidad del gobierno de Alejandro Toledo, su antecesor. Sin embargo, estos gestos no resuelven los problemas del país.
La última: decreto supremo que reduce los sueldos de los alcaldes provinciales y distritales, en función de la población electoral. Alan logra dos cosas a la vez con esto: respaldo popular, porque el pueblo no tolera que muchas de sus autoridades ganen exorbitantes sueldos; y pone a los alcaldes contra la pared, puesto que si alguno reclama, será repudiado por la opinión pública local.
Alan García como presidente es un futbolista malabarista: consigue aplausos de la tribuna que elogia sus grandes proezas con el balón. Sin embargo, la hinchada no le va perdonar cuando acaben los noventa minutos sin anotar un gol. Eso está bien para unos momentos, pero el Perú no sólo gana con gestos mediáticos. Los verdaderos goles se anotan impulsando cambios importantes en salud, justicia, educación y erradicación de la pobreza, y no sólo con “dominaditas” de balón.
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