Los traumas son esos demonios que uno tiene en su interior, ante los cuales es muy difícil luchar, a menos que uno ponga un gran esfuerzo de su parte. Muchas veces, nos impiden avanzar hacia cosas que nos hemos propuesto hacer. Simplemente, nos inmovilizan. Otro mecanismo de defensa es no volver a usar la misma estrategia, o pasar por el mismo camino, para evitar que vuelva a ocurrir.
Sin duda alguna, un trauma para todo brasilero aficionado al fútbol es cuando su selección se enfrenta a la de Uruguay. Ver esa camiseta celeste frente a su “verde-amarelha” a veces da espanto. Pero otras veces es signo de respeto.
Este trauma se originó el 16 de julio de 1950, hace 58 años y un día, cuando la celeste se impuso a Brasil por dos a uno, como visitante en el Maracaná, y ganó una Copa del Mundo que el gigante sudamericano ya creía suya. Con goleada incluida sobre la celeste.
A Brasil sólo le bastaba empatar para ganar la Copa. Goleadas aplastantes ante Suecia (7-1) y España (6-1), le daban ventaja sobre Uruguay, que apenas empató con los hispánicos (2-2) y sufrió para derrotar a los escandinavos (3-2). Sin embargo, en la cultura futbolística brasilera, está bien presente que al rival no hay que derrotarlo simplemente, sino que hay que GOLEARLO.
Por ello, los “canarinhos” salieron al campo del Maracaná con todo, previa fiesta anticipada, con fuegos artificiales y todo ello. Pero Uruguay ya conocía a su rival, y simplemente aguantó el cero todo el primer tiempo, para que, después de encajar el primer gol, hacerles dos a los brasileros, y llevarse un título que locales no esperaban les fuera arrebatado en su propia cancha.
Desde allí, los partidos que Brasil disputaba ante Uruguay no serían iguales. Incluso, se vengaría en México 1970, cuando esa orquesta comandada por Pelé le volteó el partido a los “charrúas” por tres a uno. Pero, cada vez que se miden, siempre hay un temor y respeto de los brasileros a esa camiseta celeste, ahora alicaída, pero siempre gloriosa.
Quizás sea brusco el cambio de tema, pero algo parecido le sucede a nuestro presidente, el doctor Alan García. Es obvio que se quedó traumado con los resultados de su primera gestión, en la que implementó medidas estatistas. Ahora está haciendo todo al revés: incluso quiere privatizar la selva. Tiene miedo a que se venga otro desastre económico como en su gobierno de 1985 a 1990.
Pero con el crecimiento económico actual, es imprescindible que el Estado se haga más presente. No necesariamente estatizando, pero sí interviniendo ante los claros abusos del capital privado hacia el pueblo. Es por eso que, pese a que no fue una mayoría, mucha gente paró el pasado 9 de julio, para hacerle sentir al gobierno que el camino económico que está siguiendo está generando más exclusión y pobreza entre los peruanos. Si bien es cierto no fue apoyado masivamente, el paro ha generado un apoyo en sectores importantes de la población.
Por eso, es necesario un giro en esta materia. Pero Alan no se atreve, traumado porque es más fuerte su miedo a que la derecha se le venga encima, o que se venga otra crisis económica; que la necesidad de cambio que pide el país.
1 comentario:
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