En mi blog no acostumbro escribir sobre cuestiones personales. Es más, creo que hacerlo puede lindar con el egocentrismo o la vanagloria. En principio, este espacio está dedicado a intentar analizar y emitir opinión acerca de nuestra realidad nacional, sin descuidar la de América Latina y del mundo.
Pero en esta vez haré una excepción, porque se trata de expresar un gesto de gratitud.
Hace un par de semanas, recibí un correo de unos estudiantes de Ciencias de la Comunicación (colegas míos) de la Universidad de Lima, en la que me invitaban para ser espectador de unos cortos realizados en nuestro país. La invitación me sorprendió, puesto que en primer lugar, no soy un personaje conocido (un NN absoluto). Tampoco soy un experto en materia de cine (aunque sí me gusta ir a ver películas, en especial las que son menos comerciales). Debo agregar que la sorpresa fue agradable para mí, y gustoso acepté la invitación.
Llegado el día, también me di cuenta que entre los invitados, estaba la saludable coincidencia de que todos éramos bloggers. En ese momento llegó a mi mente otra interrogante, referida a lo que mencioné antes. Los temas de Metiendo la pata van desde la política, deportes (y hasta farándula), pero nunca toqué el cine. Igual, se sintió bien por el hecho de que este espacio sea considerado.
Luego de presentarnos y saludarnos, nos dirigimos a La ventana indiscreta, donde observamos tres cortometrajes, de los cuales dos eran peruanos. El primero era El Chalán, ambientado en el norte peruano, en el que el personaje montado en caballo de paso defendía una hacienda de unos bandidos, con detalles de película de Cowboys y su música peruana de fondo. Fue el que me gustó más, coincidiendo con mis compañeros invitados, Hans y Andrés.
En cuanto al segundo, The Light Bulb, coincidimos que era malísimo. Trataba de un anciano que se iba a mudar junto con su hija y su nieta, no sin antes lograr el objetivo de cambiar el foco de la cocina, lo que logra con el apoyo de ésta última. El tercero también era lorcho, El Hijo. Escenificado en la amazonía peruana a principios del siglo XX, cuenta la historia de un hombre que vive traumatizado después de haber enviudado. Envía a su hijo de cacería, y quedan en que regresaría luego del almuerzo, pero no regresa nunca. Atormentado por la idea de su muerte, el padre va en su búsqueda, y en sus delirios mentales primero lo cree muerto. Más adelante, alucina que lo ha encontrado, y camina creyendo que van abrazados a casa, sin notar que su hijo yacía bañado en sangre metros atrás.
Me pidieron opinión sobre uno de los cortos, y escogí El Chalán, explicando que me gustó por su ambiente norteño, la música marinera y su aire a las Cowboyadas de Clint Eastwood. Agregué que en el Perú se pueden hacer muchas cosas en el cine, pero que falta apoyo del Estado y las empresas privadas. Luego, mis compañeros también opinaron sobre los demás cortos.
No creo que merezca ser invitado para dar opinión sobre un cortometraje, sin ser experto, y sin aún haber logrado algunos de los objetivos que me he trazado en la vida. Soy uno más de los tantos millones de limeños y chalacos que se sube a un micro o una combi, y pasa absolutamente desapercibido. Desde este espacio, este humilde servidor, que no le ha ganado a nadie, agradece profundamente a los estudiantes de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima, por este detalle que han tenido. Para mí será un placer apoyarles en todo que lo que requieran. Gracias totales.
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