Cuando Ollanta Humala asumió la presidencia de la República y manifestó que juraba al cargo por el espíritu y los principios de la Constitución de 1979, hubo un sentimiento de optimismo en el país. Tanto para aquellos que votaron por el candidato nacionalista en la primera vuelta, como para quienes que lo apoyaron para evitar el regreso del fujimorismo al poder.
Humala había marcado la cancha y declarado la guerra a la derecha y el fujimorismo. Se comprometió a hacer un gobierno que iba a expresar la voluntad de cambio que el país había manifestado en la última elección presidencial. Y así pareció ser en sus primeros días.
Sin embargo, el proceso de cambios comenzó a experimentarlo su gobierno. Lo primero fueron las declaraciones del ministro de Defensa, Daniel Mora, pidiendo “punto final” a los juicios a los militares implicados en crímenes de lesa humanidad durante el conflicto interno. Aunque después el inefable Mora trató de retractarse, lo que llamó la atención fue que el Presidente no le enmendara la plana, teniendo en cuenta que en su plan de gobierno contemplaba el respeto a los derechos humanos y el impulso de la justicia ante las cuentas pendientes en este tema.
Otra perla fue la lucha contra la corrupción. El caso de Omar Chehade desdibujó por completo la imagen que quería mostrar el gobierno de Humala en ese sentido. Un vicepresidente que había jurado por los “descamisados de la Patria”, pero que después estuvo implicado en un pedido para desalojar a los trabajadores de la azucarera Andahuasi a favor del grupo Wong, empresarios que pretenden hacerse de la misma. Hasta el momento Chehade se ha negado a renunciar a la vicepresidencia, pese a que el mismo Humala, en cadena nacional, le pidió que lo haga.
Cayó mucho peor que la bancada del partido de gobierno no hiciera nada para respaldar a Javier Diez Canseco, experimentado político de izquierda e implacable luchador contra la corrupción, como presidente de la comisión que investigará al gobierno de Alan García. Simplemente lo abandonaron a su suerte, para beneplácito de apristas y fujimoristas que continúan siendo aliados.
Pero la cereza de la torta es el proyecto minero Conga. En la campaña electoral, Humala anunció que priorizaría el agua para los campesinos y agricultores ante las exploraciones mineras que amenazaban el medio ambiente. Pero ahora ha dado luz verde a este polémico proyecto, que amenaza destruir todas las lagunas de Cajamarca, y muchos de los electores en el interior, que apostaron con todo al líder nacionalista, se sienten decepcionados.
Esto ha causado serias discrepancias dentro del Ejecutivo, las cuales ocasionaron la salida de personajes como el exasesor político en la PCM, Carlos Tapia, y el recientemente renunciante al viceministerio de Gestión Ambiental, José de Echave. Gente con una visión más cercana al cambio que el continuismo ha salido del gobierno, mientras que Chehade se mantiene como vicepresidente.
En síntesis, tenemos un Presidente que en vez de tener el coraje de llevar adelante reformas como la lucha frontal contra la corrupción y el cambio de un modelo basado en la explotación minera por uno consistente en la diversificación económica y la industrialización progresiva, y predicar en calles y plazas que esta apuesta es mejor que lo que hemos tenido en los últimos 20 años; se ha dejado arrinconar por la derecha y los poderes económicos, sin capacidad de respuesta. Han pasado cuatro meses, y no tenemos Gran Transformación, sino más de lo mismo.