Cuando a fines de los años '90 se iniciaron una serie de movilizaciones para impedir que Alberto Fujimori siguiera perpetuándose en el poder, quien escribe era un muchacho de 17 años que recién había terminado el colegio. Si bien es cierto había leído mucho sobre la historia y todo eso, aún no la había comprendido del todo. Y también consumía la prensa oficial, esa que nos decía que en el Perú todo andaba perfecto, y que Fujimori se merecía continuar en el gobierno. Y que es esa misma que ahora nos vende que casi somos del primer mundo.
Fui uno de los que se comió con facilidad ese cuento, porque no tenía la capacidad de ver más allá de mis narices. No porque fuera joven o muchacho; simplemente no estaba completamente informado. Por eso no participé en la marcha de los Cuatro Suyos, así como en otras protestas para que la dictadura de Fujimori y Montesinos se largara.
Aquello que me abrió los ojos fue el vídeo de la vergüenza, ese que fue mostrado por Fernando Olivera (hoy caído en desgracia) y Luis Iberico, en el que el siniestro exasesor presidencial Vladimiro Montesinos entrega miles de dólares al entonces congresista de oposición, Alberto Kouri, para que se pase a las filas del fujimorismo. Eso fue para mí como la luz y el descubrimiento de una pobredumbre que hasta ese momento me había negado a ver. A partir de allí, no sólo di cuenta de la corrupción generalizada, acaso la más espantosa de nuestra historia; sino también de la barbarie por medio de las violaciones a los derechos humanos.
Desde entonces fui consciente que un gobierno de esa naturaleza nunca más debía volver al poder. Quedé convencido que lo mejor para un país es vivir en democracia. Que dentro del marco de la misma, podemos apoyar o cuestionar las medidas del régimen de turno, sea de izquierda o de derecha. Y en esa convivencia podemos desarrollarnos como país y como sociedad.
La posibilidad de que un gobierno como el de Fujimori vuelva al poder, luego de tan sólo una década de haber sido sacado por el propio pueblo peruano, es realmente vergonzoso. En otras partes del mundo debemos ser el hazmereír internacional, sólo por el hecho de que la señora Keiko Fujimori sea candidata presidencial. En Argentina sería impensable que algún hijo de Videla sea aspirante a la presidencia. Lo mismo en Chile si apareciera algún heredero de Pinochet; y en España si estuviera en la escena política algún heredero del dictador Franco.
Por eso, los peruanos no podemos ni debemos permitir que con nuestros votos, los Fujimori vuelvan al poder. No podemos darles ese hándicap habiéndolos sacado de Palacio. Algunos reforzarán esta posición puesto que “por gusto no tragaron gas” en las protestas contra la dictadura. En la otra orilla, me dirán que Keiko no es su padre, desde luego. Pero la única diferencia es que ella es Keiko y es su hija. El resto, quienes la acompañan, son la misma gente que estuvo en los '90: Jorge Trelles, Jaime Yoshiyama, Martha Chávez (la misma que dijo que los estudiantes de La Cantuta se habían “autosecuestrado”). Y ahora reforzados con el aporte del Opus Dei, gracias a la presencia de Rafael Rey en su plancha presidencial, buscarán retroceder en lo poco que se avanzó (gracias Alan García) para derrotar a la impunidad.
Un régimen de esa naturaleza no puede volver a instalarse en el Perú.
Fui uno de los que se comió con facilidad ese cuento, porque no tenía la capacidad de ver más allá de mis narices. No porque fuera joven o muchacho; simplemente no estaba completamente informado. Por eso no participé en la marcha de los Cuatro Suyos, así como en otras protestas para que la dictadura de Fujimori y Montesinos se largara.
Aquello que me abrió los ojos fue el vídeo de la vergüenza, ese que fue mostrado por Fernando Olivera (hoy caído en desgracia) y Luis Iberico, en el que el siniestro exasesor presidencial Vladimiro Montesinos entrega miles de dólares al entonces congresista de oposición, Alberto Kouri, para que se pase a las filas del fujimorismo. Eso fue para mí como la luz y el descubrimiento de una pobredumbre que hasta ese momento me había negado a ver. A partir de allí, no sólo di cuenta de la corrupción generalizada, acaso la más espantosa de nuestra historia; sino también de la barbarie por medio de las violaciones a los derechos humanos.
Desde entonces fui consciente que un gobierno de esa naturaleza nunca más debía volver al poder. Quedé convencido que lo mejor para un país es vivir en democracia. Que dentro del marco de la misma, podemos apoyar o cuestionar las medidas del régimen de turno, sea de izquierda o de derecha. Y en esa convivencia podemos desarrollarnos como país y como sociedad.
La posibilidad de que un gobierno como el de Fujimori vuelva al poder, luego de tan sólo una década de haber sido sacado por el propio pueblo peruano, es realmente vergonzoso. En otras partes del mundo debemos ser el hazmereír internacional, sólo por el hecho de que la señora Keiko Fujimori sea candidata presidencial. En Argentina sería impensable que algún hijo de Videla sea aspirante a la presidencia. Lo mismo en Chile si apareciera algún heredero de Pinochet; y en España si estuviera en la escena política algún heredero del dictador Franco.
Por eso, los peruanos no podemos ni debemos permitir que con nuestros votos, los Fujimori vuelvan al poder. No podemos darles ese hándicap habiéndolos sacado de Palacio. Algunos reforzarán esta posición puesto que “por gusto no tragaron gas” en las protestas contra la dictadura. En la otra orilla, me dirán que Keiko no es su padre, desde luego. Pero la única diferencia es que ella es Keiko y es su hija. El resto, quienes la acompañan, son la misma gente que estuvo en los '90: Jorge Trelles, Jaime Yoshiyama, Martha Chávez (la misma que dijo que los estudiantes de La Cantuta se habían “autosecuestrado”). Y ahora reforzados con el aporte del Opus Dei, gracias a la presencia de Rafael Rey en su plancha presidencial, buscarán retroceder en lo poco que se avanzó (gracias Alan García) para derrotar a la impunidad.
Un régimen de esa naturaleza no puede volver a instalarse en el Perú.
Jóvenes de hoy: No esperemos a darnos cuenta cuando sea demasiado tarde, y después nos pese no haber formado parte de una gesta histórica como la que los peruanos y las peruanas, con dignidad y amor a la patria, construyeron hasta que se dio la caída del dictador. Recomiendo que leamos la historia de nuestro país.
No regalemos nuestro voto sólo por el miedo a alguien que, como he comprobado, es mucho menos de todo lo que los medios le endilgan, y nada peligroso como otros quieren ver. Ollanta Humala, aunque no era el candidato de mi preferencia, tampoco es un cuco. Sólo quiere hacer algunos cambios en un país que, pese al crecimiento económico, no ha logrado disminuir sus enormes brechas de desigualdad, y tiene centenares de conflictos sociales en el país. Lo otro son sólo cuentos de una clase dominante que quiere que las cosas sigan como están, y que nos quiere mantener en una ilusión de una prosperidad falaz, de que no podemos perder lo logrado, cuando en realidad no tenemos nada. Además, Humala está acompañado por personas que, coincidencias y diferencias ideológicas aparte (en forma y contenido), se fajaron en su momento por la democracia y demostraron ser honestos y probos, a diferencia del fujimorismo, que mostró en la década del '90 cuán bajo se puede caer moralmente.
Por esas razones, y siendo consecuente con mis ideas, así como en la primera vuelta voté por Alejandro Toledo; ahora voy a votar por Ollanta Humala. E invoco a la juventud a hacerlo. Que el 5 de junio sea el día en que le cerramos otra vez el paso a la mafia de Fujimori y Montesinos. Y que una victoria de Humala no signifique un cheque en blanco, sino más bien una afirmación de nuestra ciudadanía.
No regalemos nuestro voto sólo por el miedo a alguien que, como he comprobado, es mucho menos de todo lo que los medios le endilgan, y nada peligroso como otros quieren ver. Ollanta Humala, aunque no era el candidato de mi preferencia, tampoco es un cuco. Sólo quiere hacer algunos cambios en un país que, pese al crecimiento económico, no ha logrado disminuir sus enormes brechas de desigualdad, y tiene centenares de conflictos sociales en el país. Lo otro son sólo cuentos de una clase dominante que quiere que las cosas sigan como están, y que nos quiere mantener en una ilusión de una prosperidad falaz, de que no podemos perder lo logrado, cuando en realidad no tenemos nada. Además, Humala está acompañado por personas que, coincidencias y diferencias ideológicas aparte (en forma y contenido), se fajaron en su momento por la democracia y demostraron ser honestos y probos, a diferencia del fujimorismo, que mostró en la década del '90 cuán bajo se puede caer moralmente.
Por esas razones, y siendo consecuente con mis ideas, así como en la primera vuelta voté por Alejandro Toledo; ahora voy a votar por Ollanta Humala. E invoco a la juventud a hacerlo. Que el 5 de junio sea el día en que le cerramos otra vez el paso a la mafia de Fujimori y Montesinos. Y que una victoria de Humala no signifique un cheque en blanco, sino más bien una afirmación de nuestra ciudadanía.
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