Santiago Roncagliolo, aquel joven escritor peruano ganador del Premio Alfaguara 2006, dice lo siguiente sobre nuestro actual presidente, Alan García, en su reciente libro “La cuarta espada”: “(Alan) García era admirado desde todas las tribunas internacionales de la izquierda. Brillaba en la asamblea de países no alineados. Le dedicaban murales revolucionarios en México. Era considerado el nuevo Allende”.
Ese era Alan García en los años ’80. Ese diputado fogoso, opositor a las medidas económicas liberales del segundo gobierno de Belaúnde, que se convertiría luego en un presidente enemistado con la derecha y el empresariado, entre 1985 y 1990. Era el abanderado del ala más radical del APRA, que incluso lindaba con la misma izquierda socialista, en vez de mantener la postura de izquierda democrática que enarbolara Haya de la Torre.
Durante el régimen de Belaúnde, fue el más crítico al modelo económico del extinto fundador de Acción Popular. Cuestionaba el manejo del tema del terrorismo “sin respetar los derechos humanos”. En su primer gobierno, sus decisiones fueron las de un izquierdista apegado a la letra, según Roncagliolo: “... el gobierno del APRA tomó medidas radicales: nacionalizó la banca, controló los precios y el cambio de dólares, protegió la industria y prohibió las importaciones”. Un García completamente estatista y populista.
Incluso, hasta hace poco, unos tres años atrás, participó junto al APRA en la famosa marcha de la CGTP (sindicato representante de la vieja izquierda), aquella de la tristemente célebre “patadita” contra un pobre hombre enfermo de la mente, en la que protestara contra las medidas económicas del gobierno de Alejandro Toledo.
Pero el año pasado, Alan García Pérez volvió a la presidencia. Pese a plantear un programa socialdemócrata como alternativa al extremismo radical de Humala y al continuismo neoliberal de Lourdes Flores, en el que prometía parar los abusos de las services y regular las tarifas injustas, entre varias promesas, ha terminado aplicando el programa de esta última, a la que acusara en la campaña electoral de ser “la candidata de los ricos” y “representante de la derecha”.
Y por si fuera poco, no sólo ha querido demostrar su conversión en los hechos, sino en las palabras, como para que quede registrado. Su dos artículos, “El síndrome del perro del hortelano” y “Recetas para acabar con el perro del hortelano”, aparecidos en el diario El Comercio (antiguo perseguidor y enemigo acérrimo del APRA), lo ratifican.
En estos artículos destacan tres ideas: todo aquel que se opone a la inversión, es un comunista disfrazado de medioambientalista, que no come ni deja comer: el perro del hortelano. Este debe ser combatido, es una idea que está metida en todos nosotros, porque no permite el desarrollo. Hay que utilizar todas las zonas sin explotar, y si es posible, que estén en poder de la inversión extranjera, porque el Estado no puede administrarlo.
Sin duda alguna, García olvida su pasado. Él se oponía a la inversión privada en su primer régimen. Era un perro del hortelano. Ha pasado de ser un “presidente de la concertación”, lema de su campaña del 2001, a ser un descalificador de aquel que piense distinto. Y olvida que la historia de las privatizaciones e inversiones extranjeras en el Perú han significado sólo abusos contra la población; esto pese a que las inversiones son necesarias en este contexto de libre mercado, donde ninguna economía puede estar aislada. Y precisamente su gobierno tendría que hacer que la inversión extranjera respete las leyes de nuestro país y a los ciudadanos peruanos.
Lo peor es que explotando todo lo que el país tiene, el Perú seguirá siendo solo un exportador de materia prima, que sube y baja su precio de acuerdo a las coyunturas internacionales, en vez de ser un país que se convierta en industrializado, exportador de tecnología, lo cual garantiza una estabilidad y tranquilidad económica para todos, en vez de una venta sobrevalorada de materias primas que solo beneficia a unos cuantos.
Tanto que se critica a los “caviares” en estos tiempos, pues habría que señalar que García también forma parte del club. Para definir el término, “caviares” son todos aquellos que en una época enarbolaron las banderas de la izquierda, pero que ahora se han reciclado, negando su pasado izquierdista, y volviéndose incluso del otro bando (llámese la derecha).
Eso es lo que ha pasado con García, pues ni siquiera está haciendo un gobierno socialdemócrata como se esperaba, al estilo de Rodríguez Zapatero en España, Lula en Brasil o Néstor Kirchner en Argentina, (¡y como lo plantea el mismo APRA en su ideario!) sino que está alineado con la derecha, dando preferencia al empresariado, sin darle importancia a los derechos humanos y sin promover la participación ciudadana. Por ello, Alan García sería un verdadero “aprista caviar”.
Ese era Alan García en los años ’80. Ese diputado fogoso, opositor a las medidas económicas liberales del segundo gobierno de Belaúnde, que se convertiría luego en un presidente enemistado con la derecha y el empresariado, entre 1985 y 1990. Era el abanderado del ala más radical del APRA, que incluso lindaba con la misma izquierda socialista, en vez de mantener la postura de izquierda democrática que enarbolara Haya de la Torre.
Durante el régimen de Belaúnde, fue el más crítico al modelo económico del extinto fundador de Acción Popular. Cuestionaba el manejo del tema del terrorismo “sin respetar los derechos humanos”. En su primer gobierno, sus decisiones fueron las de un izquierdista apegado a la letra, según Roncagliolo: “... el gobierno del APRA tomó medidas radicales: nacionalizó la banca, controló los precios y el cambio de dólares, protegió la industria y prohibió las importaciones”. Un García completamente estatista y populista.
Incluso, hasta hace poco, unos tres años atrás, participó junto al APRA en la famosa marcha de la CGTP (sindicato representante de la vieja izquierda), aquella de la tristemente célebre “patadita” contra un pobre hombre enfermo de la mente, en la que protestara contra las medidas económicas del gobierno de Alejandro Toledo.
Pero el año pasado, Alan García Pérez volvió a la presidencia. Pese a plantear un programa socialdemócrata como alternativa al extremismo radical de Humala y al continuismo neoliberal de Lourdes Flores, en el que prometía parar los abusos de las services y regular las tarifas injustas, entre varias promesas, ha terminado aplicando el programa de esta última, a la que acusara en la campaña electoral de ser “la candidata de los ricos” y “representante de la derecha”.
Y por si fuera poco, no sólo ha querido demostrar su conversión en los hechos, sino en las palabras, como para que quede registrado. Su dos artículos, “El síndrome del perro del hortelano” y “Recetas para acabar con el perro del hortelano”, aparecidos en el diario El Comercio (antiguo perseguidor y enemigo acérrimo del APRA), lo ratifican.
En estos artículos destacan tres ideas: todo aquel que se opone a la inversión, es un comunista disfrazado de medioambientalista, que no come ni deja comer: el perro del hortelano. Este debe ser combatido, es una idea que está metida en todos nosotros, porque no permite el desarrollo. Hay que utilizar todas las zonas sin explotar, y si es posible, que estén en poder de la inversión extranjera, porque el Estado no puede administrarlo.
Sin duda alguna, García olvida su pasado. Él se oponía a la inversión privada en su primer régimen. Era un perro del hortelano. Ha pasado de ser un “presidente de la concertación”, lema de su campaña del 2001, a ser un descalificador de aquel que piense distinto. Y olvida que la historia de las privatizaciones e inversiones extranjeras en el Perú han significado sólo abusos contra la población; esto pese a que las inversiones son necesarias en este contexto de libre mercado, donde ninguna economía puede estar aislada. Y precisamente su gobierno tendría que hacer que la inversión extranjera respete las leyes de nuestro país y a los ciudadanos peruanos.
Lo peor es que explotando todo lo que el país tiene, el Perú seguirá siendo solo un exportador de materia prima, que sube y baja su precio de acuerdo a las coyunturas internacionales, en vez de ser un país que se convierta en industrializado, exportador de tecnología, lo cual garantiza una estabilidad y tranquilidad económica para todos, en vez de una venta sobrevalorada de materias primas que solo beneficia a unos cuantos.
Tanto que se critica a los “caviares” en estos tiempos, pues habría que señalar que García también forma parte del club. Para definir el término, “caviares” son todos aquellos que en una época enarbolaron las banderas de la izquierda, pero que ahora se han reciclado, negando su pasado izquierdista, y volviéndose incluso del otro bando (llámese la derecha).
Eso es lo que ha pasado con García, pues ni siquiera está haciendo un gobierno socialdemócrata como se esperaba, al estilo de Rodríguez Zapatero en España, Lula en Brasil o Néstor Kirchner en Argentina, (¡y como lo plantea el mismo APRA en su ideario!) sino que está alineado con la derecha, dando preferencia al empresariado, sin darle importancia a los derechos humanos y sin promover la participación ciudadana. Por ello, Alan García sería un verdadero “aprista caviar”.
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