Ocho obreros de construcción civil han caído al abismo de una construcción que ejecutaban. Por si fuera poco, toneladas de arena y cemento los aplastaron. Uno de ellos sobrevivió milagrosamente, de lo que significa una muerte segura. Los demás, pasaron a mejor vida definitivamente, porque estoy seguro que morir es preferible a sobrevivir en las condiciones de trabajo en las que se encontraban: sin seguro y mal pagados. Eso no es una vida digna.
Nadie se hace responsable: ni el alcalde que permitió la licencia de construcción, ni los empresarios a cargo de esta, ni nadie.
Nadie se hace responsable: ni el alcalde que permitió la licencia de construcción, ni los empresarios a cargo de esta, ni nadie.
Este hecho lamentable, doloroso e indignante es apenas “una muestra de sangre” de la forma de hacer las cosas que tenemos los peruanos (Sin alusión a la muerte). El desafiar el peligro, la informalidad, la falta de previsión y planificación, la criollada del “yo no fui, me lavo las manos”, esa alienación que nos hace copiar todo lo foráneo, ya son defectos crónicos de nuestra nacionalidad. Seamos cholos, mestizos, blancos, negros, chinos; desde los más poderosos y ricos hasta el ciudadano más humilde del país: todos cargamos con esa pesada cruz, que se vuelve más permanente, gracias a la influencia de la cultura “chicha”.
Los accidentes de auto, incendios de mercados, discotecas y de viviendas cuyos padres dejan a sus hijos solos, las casas de adobe que se derrumban (por no construir con ladrillo y cemento), no son hechos causales. Son una constante en nuestro país. Y no son aislados. Son producto de la informalidad como una cultura que ya se arraigó en nuestros esquemas mentales.
Es por eso quizás que, pese a todas las buenas (y también malas) intenciones que pueda tener quien llegue al poder, seguimos siendo un país que se está quedando con respecto a sus vecinos de América Latina. Mientras otros avanzan y se modernizan, gracias a una planificación y previsión, y a proyectos de país, nosotros seguimos en nada.
La construcción de nuestro país se dio de manera desordenada. Y parece seguir así, casi dos siglos después. A cada momento, se mueren nuestras esperanzas e ilusiones de un país mejor, como esos ocho obreros que sucumbieron entre escombros de una construcción sin bases sólidas.
Sin embargo, es posible cambiar. Otros países lo lograron, en base a mucho esfuerzo. Hace falta en el Perú una Revolución Educativa y Cultural. Lo que tiene que cambiar es nuestra mentalidad, porque una sociedad como la nuestra necesita de gente con una nuevas forma de pensar, con planificación y proyección al futuro; y no basándose en lo temporal e informal, haciendo las cosas de manera “chicha”.
Además de improvisados, copiamos modelos como si fueran la solución “mágica” a nuestros problemas. Ni los TLC’ s, ni la aplicación de los modelos “socialistas del siglo XXI”, son la solución definitiva para calmar nuestros males. Para nada se necesita eliminar a los “perros del hortelano”. Porque no estamos preparados para tener libre comercio con un país que subvenciona su agricultura y sus pequeñas empresas, mientras que nuestros Estado abandona a los suyos, y hace más favorables las condiciones para terceros. Porque no tenemos el inacabable petróleo venezolano para hacer cambios radicales. Lo que hace falta es cambiar la mentalidad, desde el poderoso (en política y economía) hasta el más débil, para crear nuestras soluciones propias.
Lo hicieron, en su momento, José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. Con sus diferencias, propusieron proyectos de una nueva sociedad para el país. Pero la gente de izquierda prefirió copiar y calcar todo lo que venía de Rusia y China, en vez de construir el “socialismo peruano” que proponía el “Amauta”. Allí están los resultados: la izquierda no existe en el Perú. En el caso del APRA, este se convirtió en un partido pragmático, sin haber renovado su ideología. Ha abandonado las banderas de la justicia social, del “Pan con Libertad” que predicara Haya, y prefiere continuar con “la revolución capitalista”. Eso lo puede pagar muy caro.
Los proyectos de Haya y Mariátegui no han sido releídos, e incluso han sido ignorados. Los peruanos nos hemos acostumbrado a no pensar, sino a copiar, y sobretodo, improvisar.
El problema del Perú no es económico (al menos por ahora). Es un problema de mentalidad.
PD: Disculpen el silencio de dos semanas. He tenido mucho trabajo.
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