Han pasado dos semanas del inesperado terremoto del 15 de agosto. Las aguas se han calmado un poco. Lentamente, la normalidad y la cabeza fría comienzan a dominar otra vez en nuestras mentes. Con calma, podemos sacar algunas conclusiones:
Uno. No estamos preparados para una eventualidad de esta naturaleza. Desde el Estado hasta la Sociedad Civil, nadie tuvo un plan de contingencia para este desastre. Que no estaba definido cuándo se produciría, es cierto. Pero que iba a ocurrir, eso sí. Está demostrada esta premisa, en la desorganización para repartir las donaciones a los damnificados. Del Estado. Del Gobierno central. De los gobiernos locales. Del INDECI. Y de las instituciones no gubernamentales que se peleaban entre ellas para este fin.
Dos. Los desatinos del presidente García. Primero, en su mensaje a la nación después del terremoto, se apresuró a decir que no había sido “una gran catástrofe” y que no se produjo mucha mortandad. Desgraciadamente, el tiempo no le dio la razón; aunque tiene el beneficio de la duda, teniendo en cuenta que pudo haber recibido información equivocada, al mejor estilo de “Vitocho” García Belaúnde.
Otra fue su reprimenda a los rescatistas extranjeros. “Si alguien tiene miedo, que se vaya”, fue la respuesta del primer mandatario ante el pedido de estos para que redoble la seguridad, ante la inevitable presencia de delincuentes que pretendían hacer de las suyas. Un Jefe de Estado no puede responder de esa manera; más bien debe ver cómo facilita el trabajo de quienes vienen a colaborar desde tan lejos.
Para cerrar con este punto, fue su intolerancia. A cada denuncia de falta de ayuda a los damnificados del terremoto, mostraba su enojo ante las cámaras fotográficas y de TV.
Tres. Y sin embargo, fue bueno que el presidente se haya movilizado hacia la zona del desastre. Era fundamental la presencia del Jefe de Estado en lugares como Pisco. Así como la de algunos de sus ministros. De manera desordenada, pero presencia al fin. No sabemos qué hubiera pasado si esto ocurría en la época de Toledo, quien prefería viajar a Punta Sal ante el menor descalabro.
Cuatro. La solidaridad de los peruanos. Cuando parecía que más estábamos divididos, muchos peruanos de distintos rincones se unieron para demostrar solidaridad con las víctimas del terremoto, sea de manera moral o material. Aunque esta última se produjo de manera mayoritaria, incluyendo a gente de escasos recursos, como la de Sarita Colonia, en el Callao, quienes donaron alimentos y víveres, de lo poco que tenían, a los damnificados.
Cinco. El aprovechamiento de algunos. El comportamiento de las empresas de transporte con rumbo a Ica, como Soyuz, que en vez de solidarizarse, subieron sus pasajes ante la demanda del público por trasladarse a este lugar. Aquellos malos funcionarios que se quisieron robar lo donado. Malos ejemplos que nunca deben volver a repetirse.
Estas son cuestiones que los peruanos debemos observar para el futuro (no muy lejano). Y no sólo para los desastres naturales.
Uno. No estamos preparados para una eventualidad de esta naturaleza. Desde el Estado hasta la Sociedad Civil, nadie tuvo un plan de contingencia para este desastre. Que no estaba definido cuándo se produciría, es cierto. Pero que iba a ocurrir, eso sí. Está demostrada esta premisa, en la desorganización para repartir las donaciones a los damnificados. Del Estado. Del Gobierno central. De los gobiernos locales. Del INDECI. Y de las instituciones no gubernamentales que se peleaban entre ellas para este fin.
Dos. Los desatinos del presidente García. Primero, en su mensaje a la nación después del terremoto, se apresuró a decir que no había sido “una gran catástrofe” y que no se produjo mucha mortandad. Desgraciadamente, el tiempo no le dio la razón; aunque tiene el beneficio de la duda, teniendo en cuenta que pudo haber recibido información equivocada, al mejor estilo de “Vitocho” García Belaúnde.
Otra fue su reprimenda a los rescatistas extranjeros. “Si alguien tiene miedo, que se vaya”, fue la respuesta del primer mandatario ante el pedido de estos para que redoble la seguridad, ante la inevitable presencia de delincuentes que pretendían hacer de las suyas. Un Jefe de Estado no puede responder de esa manera; más bien debe ver cómo facilita el trabajo de quienes vienen a colaborar desde tan lejos.
Para cerrar con este punto, fue su intolerancia. A cada denuncia de falta de ayuda a los damnificados del terremoto, mostraba su enojo ante las cámaras fotográficas y de TV.
Tres. Y sin embargo, fue bueno que el presidente se haya movilizado hacia la zona del desastre. Era fundamental la presencia del Jefe de Estado en lugares como Pisco. Así como la de algunos de sus ministros. De manera desordenada, pero presencia al fin. No sabemos qué hubiera pasado si esto ocurría en la época de Toledo, quien prefería viajar a Punta Sal ante el menor descalabro.
Cuatro. La solidaridad de los peruanos. Cuando parecía que más estábamos divididos, muchos peruanos de distintos rincones se unieron para demostrar solidaridad con las víctimas del terremoto, sea de manera moral o material. Aunque esta última se produjo de manera mayoritaria, incluyendo a gente de escasos recursos, como la de Sarita Colonia, en el Callao, quienes donaron alimentos y víveres, de lo poco que tenían, a los damnificados.
Cinco. El aprovechamiento de algunos. El comportamiento de las empresas de transporte con rumbo a Ica, como Soyuz, que en vez de solidarizarse, subieron sus pasajes ante la demanda del público por trasladarse a este lugar. Aquellos malos funcionarios que se quisieron robar lo donado. Malos ejemplos que nunca deben volver a repetirse.
Estas son cuestiones que los peruanos debemos observar para el futuro (no muy lejano). Y no sólo para los desastres naturales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario