Los últimos sucesos que han provocado un grave conflicto entre dos países tradicional y culturalmente tan ligados, como es el caso de Ecuador y Colombia, no son más que la muestra de que en América Latina la cuestión política ha llegado a polarizarse en torno a un apoyo o repudio a los Estados Unidos.
Por un lado están los aliados del país del norte, y en la contraparte están quienes lo desafían, encabezados por Venezuela y su presidente Hugo Chávez. La cosa no estaría tan polarizada si no fuera por el discurso audaz, y a veces, agresivo, del mandatario venezolano; quien no solamente se muestra hostil con el presidente de los Estados Unidos (quien ha hecho muchos méritos para que sea así, con su abusiva incursión en Irak), sino que también arremete contra quienes se alinean alrededor de Washington.
Hasta cierto punto, la actitud de Chávez es comprensible, pues a lo largo de la historia latinoamericana, Estados Unidos ha cometido muchos abusos contra nuestros pueblos. Pero el tema es que está promoviendo una confrontación innecesaria con países vecinos, con los que debiera más bien estrechar los lazos de hermandad, pese a las diferencias. Además, el discurso antiyanqui es un buen rédito para obtener popularidad. Y no hay que olvidar que Chávez, pese a su discurso “antiimperialista”, viene dibujando a su país como un mini-Imperio, pues ejerce influencia económica e ideológica en ciertos países. Y hasta está preparado para una guerra.
Pese a que no vocifera mucho como Chávez, lo cierto es que Uribe también ha contribuido a inflar el problema. Ha podido mucho más su alineamiento con los Estados Unidos que la búsqueda de una solución pacífica al prácticamente eterno conflicto con las FARC. Esto queda demostrado en su insólita invasión al Ecuador, para atrapar al número dos de este grupo armado. Además, ha roto una saludable tradición colombiana de respeto del derecho internacional. Si Uribe tenía información de que integrantes de las FARC se encontraban en territorio ecuatoriano, debió realizar coordinaciones con su homólogo ecuatoriano Rafael Correa para hacer las investigaciones, y luego la captura y posterior extradición de los guerrilleros. Sin embargo, prefirió aplicar la política gringa de vulnerar la soberanía de un país hermano.
Estos extremos ideológicos y políticos, demostrados en discursos y acciones concretas, están llevando a América Latina a un dilema: o te unes a nosotros, o eres enemigo. Dilema que no permite una búsqueda de otras alternativas diferentes a estas dos, alejadas del radicalismo y el alineamiento hacia una posición extrema. Es hora de que quienes están cerca del centro político (que no es un punto, sino una zona, donde se ubican sectores socialdemócratas, progresistas, demócratas cristianos alejados de la derecha, etc.) se manifiesten, para poner un equilibrio al panorama político latinoamericano. Y es preciso que países que están marcados por esta moderación, como Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, que no están enfrentados de manera radical con Estados Unidos, y la vez llevan relaciones cordiales con Venezuela (que es la contraparte) y sus aliados, hagan sentir su peso para llegar a ese equilibrio.
PD: Perdonen la ausencia de este blog durante un mes.
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