Antes del 26 de enero de 1983, nadie sabía dónde quedaba Uchuraccay, localidad de la provincia de Huanta, departamento de Ayacucho. Después de esa fecha, se descubrió que “existía”, pues en aquel remoto lugar de los andes peruanos, ocurrió una de las tragedias más grandes de nuestra historia: la muerte de ocho periodistas que buscaban investigar la violencia que ejercía Sendero Luminoso en estos lares.
Estos valerosos periodistas fueron a un lugar recóndito y lejano como Uchuraccay, para descubrir lo que ocurría realmente. La realidad, negada por el gobierno de Belaúnde en aquel entonces, era que Sendero comenzaba a ejercer violencia y terror en Ayacucho. Y la misión de estos periodistas era descubrir la verdad.
Era tal la violencia de Sendero en Uchuraccay, que sus pobladores andaban a la defensiva ante cualquier elemento extraño. Esto se comprobó luego de que la comisión investigadora de los hechos, presidida por el laureado escritor Mario Vargas Llosa, determinara que los campesinos de Uchuraccay asesinaron a los periodistas, confundiéndolos con terroristas.
Esto también comprobó que los pobladores de Uchuraccay, así como en muchas partes del Perú de esos años, andaban a la deriva frente a Sendero, sin ningún apoyo del Estado, y tenían que vérselas como podían. Aniquilando incluso a quienes solo buscaban la verdad para ayudarlos, como eran los periodistas. Ese era el desamparo en que vivían, que no solo consistía en su indefensión ante Sendero, sino ante los propios efectivos de las fuerzas del orden.
La política del Estado era, además del abandono de los lugares más aislados del país, la represión. Si no se lograba capturar a los terroristas de verdad, había que crearlos, aunque fueran de mentiras. Por eso, según la Comisión de la Verdad, están registradas miles de desapariciones, las que en su mayoría tratan de campesinos con rasgos étnicos indígenas, perpetradas por los militares, y también por elementos terroristas.
Otra lección que nos queda es para el periodismo de nuestros tiempos. La prensa en el Perú ha dado muchas muestras de presentar solo una versión oficial, que es la que hay que creer sin replicar, como sucede en otros países. Ocurrió con más gravedad, y de manera crónica, en la época del fujimorismo. Pero también ha dado otras de querer ir más allá de lo oficial. Si no fuera por estos intrépidos periodistas, que quisieron comprobar lo que ocurría realmente en Uchuraccay, quizás nunca se habría descubierto el terror constante a la que era sometida diariamente.
En tiempos en que se predica el pensamiento único del neoliberalismo económico, en el que los Estados no deben intervenir para nada y el mercado lo decide todo; en el que todo aquel que enarbole una bandera diferente es un retrógrada o afiebrado; y en un mundo en el que a quienes están en el poder les conviene ocultar la verdad; es necesaria una prensa crítica, que mire más allá de lo evidente, y que se atreva a ir más lejos de donde está permitido, aún cuando los riesgos estén presentes (¿Cuándo no estuvieron?).
25 años después, la verdad nos sigue haciendo libres. Gracias mártires de Uchuraccay.
Estos valerosos periodistas fueron a un lugar recóndito y lejano como Uchuraccay, para descubrir lo que ocurría realmente. La realidad, negada por el gobierno de Belaúnde en aquel entonces, era que Sendero comenzaba a ejercer violencia y terror en Ayacucho. Y la misión de estos periodistas era descubrir la verdad.
Era tal la violencia de Sendero en Uchuraccay, que sus pobladores andaban a la defensiva ante cualquier elemento extraño. Esto se comprobó luego de que la comisión investigadora de los hechos, presidida por el laureado escritor Mario Vargas Llosa, determinara que los campesinos de Uchuraccay asesinaron a los periodistas, confundiéndolos con terroristas.
Esto también comprobó que los pobladores de Uchuraccay, así como en muchas partes del Perú de esos años, andaban a la deriva frente a Sendero, sin ningún apoyo del Estado, y tenían que vérselas como podían. Aniquilando incluso a quienes solo buscaban la verdad para ayudarlos, como eran los periodistas. Ese era el desamparo en que vivían, que no solo consistía en su indefensión ante Sendero, sino ante los propios efectivos de las fuerzas del orden.
La política del Estado era, además del abandono de los lugares más aislados del país, la represión. Si no se lograba capturar a los terroristas de verdad, había que crearlos, aunque fueran de mentiras. Por eso, según la Comisión de la Verdad, están registradas miles de desapariciones, las que en su mayoría tratan de campesinos con rasgos étnicos indígenas, perpetradas por los militares, y también por elementos terroristas.
Otra lección que nos queda es para el periodismo de nuestros tiempos. La prensa en el Perú ha dado muchas muestras de presentar solo una versión oficial, que es la que hay que creer sin replicar, como sucede en otros países. Ocurrió con más gravedad, y de manera crónica, en la época del fujimorismo. Pero también ha dado otras de querer ir más allá de lo oficial. Si no fuera por estos intrépidos periodistas, que quisieron comprobar lo que ocurría realmente en Uchuraccay, quizás nunca se habría descubierto el terror constante a la que era sometida diariamente.
En tiempos en que se predica el pensamiento único del neoliberalismo económico, en el que los Estados no deben intervenir para nada y el mercado lo decide todo; en el que todo aquel que enarbole una bandera diferente es un retrógrada o afiebrado; y en un mundo en el que a quienes están en el poder les conviene ocultar la verdad; es necesaria una prensa crítica, que mire más allá de lo evidente, y que se atreva a ir más lejos de donde está permitido, aún cuando los riesgos estén presentes (¿Cuándo no estuvieron?).
25 años después, la verdad nos sigue haciendo libres. Gracias mártires de Uchuraccay.
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