Rómulo León acaba de consumar otro “faenón” más. En su última entrevista con la comisión del Congreso que investiga el escándalo del “Petrogate”, se negó a dar información a la misma. Esto sin contar con el “paseo” que se dio con el mismo grupo de trabajo, la primera vez que lo entrevistaron.
Sin embargo, esta no es la primera vez que alguien se burla de las comisiones investigadoras. Hemos visto pasar varios períodos parlamentarios, y siempre se ha repetido la misma escena, aunque con diferentes actores: el investigado acude al Congreso para burlarse de los parlamentarios, sin que estos tengan reacción.
Ahora, quien hace de investigado (o investigada), siempre cumple el mismo papel, con la misma consigna: mofarse de sus inquisidores. Lo mismo ocurre con los congresistas que forman parte de la comisión. Aquí está la diferencia: si el papel que cumplen es por su incapacidad para hacer una investigación seria, que descubra el fondo del asunto; o por complicidad con el investigado.
Esta última posibilidad parece ser mucho más evidente, luego de la visita del indeseable Carlos Raffo al penal donde se encontraba León, a espaldas de la comisión, a conversar con éste último qué sabe Dios (o quizás el diablo lo sepa mejor). Aún con un Raffo mentiroso (como lo afirma Hildebrandt en alguna de sus columnas en un diario local), que primero dice que no fue y luego se desdice, la comisión presidida por Daniel Abugattás (quien, en lo personal, me ha decepcionado), decidió sólo amonestarlo, en vez de expulsarlo para darle más seriedad a esta comisión, que ahora es la de la vergüenza.
Queda por saber es si el grupo investigador que preside Abugattás perdonó a Raffo por incapacidad, o por complicidad. Cualquiera de las opciones que resultara ser verdadera nos da a entender que en el Congreso estamos dominados por la inutilidad de sus integrantes y por la confabulación con la corrupción.
Esta es otra raya más en la cebra, dirán algunos, dentro de la larga lista de asuntos oscuros que marcan al Congreso como institución. El asunto es qué mecanismos debe tomar la ciudadanía para mejorar a la institución que la representa. Porque, al fin y al cabo, el Congreso representa a los ciudadanos y las ciudadanas de nuestro país. Para que la democracia se fortalezca en nuestro país, es necesario construir instituciones serias y responsables. Y el Poder Legislativo, con estas reiteradas escenas, sólo está contribuyendo a su destrucción.
Nos quedan dos años y medios para pensar qué podemos hacer para que nuestros parlamentarios, a partir del 2011, tengan mucho más nivel, tanto en su capacidad como en su moral, para que no se vuelvan a repetir estos “faenones” de los investigados.
Sin embargo, esta no es la primera vez que alguien se burla de las comisiones investigadoras. Hemos visto pasar varios períodos parlamentarios, y siempre se ha repetido la misma escena, aunque con diferentes actores: el investigado acude al Congreso para burlarse de los parlamentarios, sin que estos tengan reacción.
Ahora, quien hace de investigado (o investigada), siempre cumple el mismo papel, con la misma consigna: mofarse de sus inquisidores. Lo mismo ocurre con los congresistas que forman parte de la comisión. Aquí está la diferencia: si el papel que cumplen es por su incapacidad para hacer una investigación seria, que descubra el fondo del asunto; o por complicidad con el investigado.
Esta última posibilidad parece ser mucho más evidente, luego de la visita del indeseable Carlos Raffo al penal donde se encontraba León, a espaldas de la comisión, a conversar con éste último qué sabe Dios (o quizás el diablo lo sepa mejor). Aún con un Raffo mentiroso (como lo afirma Hildebrandt en alguna de sus columnas en un diario local), que primero dice que no fue y luego se desdice, la comisión presidida por Daniel Abugattás (quien, en lo personal, me ha decepcionado), decidió sólo amonestarlo, en vez de expulsarlo para darle más seriedad a esta comisión, que ahora es la de la vergüenza.
Queda por saber es si el grupo investigador que preside Abugattás perdonó a Raffo por incapacidad, o por complicidad. Cualquiera de las opciones que resultara ser verdadera nos da a entender que en el Congreso estamos dominados por la inutilidad de sus integrantes y por la confabulación con la corrupción.
Esta es otra raya más en la cebra, dirán algunos, dentro de la larga lista de asuntos oscuros que marcan al Congreso como institución. El asunto es qué mecanismos debe tomar la ciudadanía para mejorar a la institución que la representa. Porque, al fin y al cabo, el Congreso representa a los ciudadanos y las ciudadanas de nuestro país. Para que la democracia se fortalezca en nuestro país, es necesario construir instituciones serias y responsables. Y el Poder Legislativo, con estas reiteradas escenas, sólo está contribuyendo a su destrucción.
Nos quedan dos años y medios para pensar qué podemos hacer para que nuestros parlamentarios, a partir del 2011, tengan mucho más nivel, tanto en su capacidad como en su moral, para que no se vuelvan a repetir estos “faenones” de los investigados.
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