martes, 25 de diciembre de 2007

La venta de Wong: suicidio del capital privado peruano

La opinión pública ha reaccionado de formas extremas ante la venta de los Supermercados Wong a empresarios chilenos. Por un lado, algunos han aplaudido y alabado de manera exagerada, como si fuera un triunfo suyo, la transacción en cuestión; otros han lamentado que esto haya sucedido, porque se confirma una supuesta invasión chilena, en el terreno económico.

Antes que nada, debemos recordar que, queramos o no, vivimos bajo las leyes del libre mercado. Bueno o malo, beneficioso o excluyente, ese es el marco en el que se mueve el mundo, desde la caída del Muro de Berlín y el derrumbamiento del régimen soviético en Rusia. Hasta China, gobernada por el Partido Comunista, es gobernada bajo esas leyes.

La venta de Wong se ha dado bajo este marco. Sus dueños han convenido en que esto era mejor para sus intereses. Por esta transacción a la transnacional de Supermercados Cencosud, con presencia en Chile y Argentina, la familia Wong recibió una suma nada despreciable de 500 millones de dólares. Además, continuarán como parte de la gerencia de Wong, y tienen el 3 por ciento de las acciones de Cencosud en todo Sudamérica (equivalente a 200 millones de dólares), sin descartar que puedan aumentar si los Wong se lo proponen.

Sin duda alguna que hay factores que han influido en este tema. El fallecimiento del patriarca Erasmo Wong, las disputas entre sus hijos, la poca capacidad para ampliarse (pese a poseer casi el 65 % de los supermercados del país), entre otros temas, ocasionaron que antes que proyectarse al exterior, optaran por ser absorbidos por el capital extranjero.

Esto ha sido aplaudido por economistas, analistas políticos, empresarios, y hasta por gente del gobierno, casi todos vinculados a la derecha (aunque no lo digan). Sostienen que lo único que salvará al Perú es la inversión privada. Y la que viene de fuera. Solo de esta forma, se crearán puestos de trabajo más dignos, según su concepción.

Lo que no se dan cuenta es que, cada vez más, el capital peruano privado está herido de muerte. En algún momento de la historia, casi todo el mercado peruano estará controlado por el capital extranjero. Y nuestros empresarios se convierten en sepultureros de su propia tumba, con su mentalidad de ser solo simples importadores y rentistas. Ni siquiera son capitalistas, pues el capitalismo tiene como objetivo su expansión y crecimiento; en el caso peruano, la expansión de su capital, el cual, por el contrario, se está debilitando cada vez más.

Lamentablemente los Wong, quienes comenzaron con una tiendecita de abarrotes en una esquina de San Isidro, y se transformaran en la cadena más grande de supermercados que ha tenido el país, también han caído bajo esa variable de vender antes que expandirse.

Es cierto que tienen derecho a negociar sus propiedades como mejor le parezca. No es que sea malo hacer esto. Pero todo exceso hace daño: Backus e Inca Kola son la mejor muestra. Al paso que vamos, hasta la papa de nuestro suelo tendrá patente extranjera en unos pocos años. El TLC con los Estados Unidos puede acelerar esa tendencia de desaparición del capital peruano privado, debido a nuestra evidente desventaja ante el país del norte de América.

Ese es el principal problema: la muerte de la inversión privada peruana. El problema no es que los propietarios ahora sean chilenos. El anti-chilenismo no tiene cabida en este tema (y tampoco en otros: ese acomplejamiento debe ser abandonado).

Por ello, es necesario incentivar la inversión privada nacional. Y esto no es solo responsabilidad del Estado. La CONFIEP tiene que hacer algo al respecto, y no solo quejarse ante el gobierno cuando las condiciones no les son favorables o los trabajadores exigen mejoras en sus condiciones laborales.

PD: Feliz Navidad para todos y todas.

martes, 18 de diciembre de 2007

Los cimientos del Perú

Ocho obreros de construcción civil han caído al abismo de una construcción que ejecutaban. Por si fuera poco, toneladas de arena y cemento los aplastaron. Uno de ellos sobrevivió milagrosamente, de lo que significa una muerte segura. Los demás, pasaron a mejor vida definitivamente, porque estoy seguro que morir es preferible a sobrevivir en las condiciones de trabajo en las que se encontraban: sin seguro y mal pagados. Eso no es una vida digna.
Nadie se hace responsable: ni el alcalde que permitió la licencia de construcción, ni los empresarios a cargo de esta, ni nadie.

Este hecho lamentable, doloroso e indignante es apenas “una muestra de sangre” de la forma de hacer las cosas que tenemos los peruanos (Sin alusión a la muerte). El desafiar el peligro, la informalidad, la falta de previsión y planificación, la criollada del “yo no fui, me lavo las manos”, esa alienación que nos hace copiar todo lo foráneo, ya son defectos crónicos de nuestra nacionalidad. Seamos cholos, mestizos, blancos, negros, chinos; desde los más poderosos y ricos hasta el ciudadano más humilde del país: todos cargamos con esa pesada cruz, que se vuelve más permanente, gracias a la influencia de la cultura “chicha”.

Los accidentes de auto, incendios de mercados, discotecas y de viviendas cuyos padres dejan a sus hijos solos, las casas de adobe que se derrumban (por no construir con ladrillo y cemento), no son hechos causales. Son una constante en nuestro país. Y no son aislados. Son producto de la informalidad como una cultura que ya se arraigó en nuestros esquemas mentales.

Es por eso quizás que, pese a todas las buenas (y también malas) intenciones que pueda tener quien llegue al poder, seguimos siendo un país que se está quedando con respecto a sus vecinos de América Latina. Mientras otros avanzan y se modernizan, gracias a una planificación y previsión, y a proyectos de país, nosotros seguimos en nada.

La construcción de nuestro país se dio de manera desordenada. Y parece seguir así, casi dos siglos después. A cada momento, se mueren nuestras esperanzas e ilusiones de un país mejor, como esos ocho obreros que sucumbieron entre escombros de una construcción sin bases sólidas.
Sin embargo, es posible cambiar. Otros países lo lograron, en base a mucho esfuerzo. Hace falta en el Perú una Revolución Educativa y Cultural. Lo que tiene que cambiar es nuestra mentalidad, porque una sociedad como la nuestra necesita de gente con una nuevas forma de pensar, con planificación y proyección al futuro; y no basándose en lo temporal e informal, haciendo las cosas de manera “chicha”.

Además de improvisados, copiamos modelos como si fueran la solución “mágica” a nuestros problemas. Ni los TLC’ s, ni la aplicación de los modelos “socialistas del siglo XXI”, son la solución definitiva para calmar nuestros males. Para nada se necesita eliminar a los “perros del hortelano”. Porque no estamos preparados para tener libre comercio con un país que subvenciona su agricultura y sus pequeñas empresas, mientras que nuestros Estado abandona a los suyos, y hace más favorables las condiciones para terceros. Porque no tenemos el inacabable petróleo venezolano para hacer cambios radicales. Lo que hace falta es cambiar la mentalidad, desde el poderoso (en política y economía) hasta el más débil, para crear nuestras soluciones propias.

Lo hicieron, en su momento, José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. Con sus diferencias, propusieron proyectos de una nueva sociedad para el país. Pero la gente de izquierda prefirió copiar y calcar todo lo que venía de Rusia y China, en vez de construir el “socialismo peruano” que proponía el “Amauta”. Allí están los resultados: la izquierda no existe en el Perú. En el caso del APRA, este se convirtió en un partido pragmático, sin haber renovado su ideología. Ha abandonado las banderas de la justicia social, del “Pan con Libertad” que predicara Haya, y prefiere continuar con “la revolución capitalista”. Eso lo puede pagar muy caro.

Los proyectos de Haya y Mariátegui no han sido releídos, e incluso han sido ignorados. Los peruanos nos hemos acostumbrado a no pensar, sino a copiar, y sobretodo, improvisar.

El problema del Perú no es económico (al menos por ahora). Es un problema de mentalidad.
PD: Disculpen el silencio de dos semanas. He tenido mucho trabajo.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Alan García, el aprista caviar

Santiago Roncagliolo, aquel joven escritor peruano ganador del Premio Alfaguara 2006, dice lo siguiente sobre nuestro actual presidente, Alan García, en su reciente libro “La cuarta espada”: “(Alan) García era admirado desde todas las tribunas internacionales de la izquierda. Brillaba en la asamblea de países no alineados. Le dedicaban murales revolucionarios en México. Era considerado el nuevo Allende”.

Ese era Alan García en los años ’80. Ese diputado fogoso, opositor a las medidas económicas liberales del segundo gobierno de Belaúnde, que se convertiría luego en un presidente enemistado con la derecha y el empresariado, entre 1985 y 1990. Era el abanderado del ala más radical del APRA, que incluso lindaba con la misma izquierda socialista, en vez de mantener la postura de izquierda democrática que enarbolara Haya de la Torre.

Durante el régimen de Belaúnde, fue el más crítico al modelo económico del extinto fundador de Acción Popular. Cuestionaba el manejo del tema del terrorismo “sin respetar los derechos humanos”. En su primer gobierno, sus decisiones fueron las de un izquierdista apegado a la letra, según Roncagliolo: “... el gobierno del APRA tomó medidas radicales: nacionalizó la banca, controló los precios y el cambio de dólares, protegió la industria y prohibió las importaciones”. Un García completamente estatista y populista.

Incluso, hasta hace poco, unos tres años atrás, participó junto al APRA en la famosa marcha de la CGTP (sindicato representante de la vieja izquierda), aquella de la tristemente célebre “patadita” contra un pobre hombre enfermo de la mente, en la que protestara contra las medidas económicas del gobierno de Alejandro Toledo.

Pero el año pasado, Alan García Pérez volvió a la presidencia. Pese a plantear un programa socialdemócrata como alternativa al extremismo radical de Humala y al continuismo neoliberal de Lourdes Flores, en el que prometía parar los abusos de las services y regular las tarifas injustas, entre varias promesas, ha terminado aplicando el programa de esta última, a la que acusara en la campaña electoral de ser “la candidata de los ricos” y “representante de la derecha”.

Y por si fuera poco, no sólo ha querido demostrar su conversión en los hechos, sino en las palabras, como para que quede registrado. Su dos artículos, “El síndrome del perro del hortelano” y “Recetas para acabar con el perro del hortelano”, aparecidos en el diario El Comercio (antiguo perseguidor y enemigo acérrimo del APRA), lo ratifican.

En estos artículos destacan tres ideas: todo aquel que se opone a la inversión, es un comunista disfrazado de medioambientalista, que no come ni deja comer: el perro del hortelano. Este debe ser combatido, es una idea que está metida en todos nosotros, porque no permite el desarrollo. Hay que utilizar todas las zonas sin explotar, y si es posible, que estén en poder de la inversión extranjera, porque el Estado no puede administrarlo.

Sin duda alguna, García olvida su pasado. Él se oponía a la inversión privada en su primer régimen. Era un perro del hortelano. Ha pasado de ser un “presidente de la concertación”, lema de su campaña del 2001, a ser un descalificador de aquel que piense distinto. Y olvida que la historia de las privatizaciones e inversiones extranjeras en el Perú han significado sólo abusos contra la población; esto pese a que las inversiones son necesarias en este contexto de libre mercado, donde ninguna economía puede estar aislada. Y precisamente su gobierno tendría que hacer que la inversión extranjera respete las leyes de nuestro país y a los ciudadanos peruanos.

Lo peor es que explotando todo lo que el país tiene, el Perú seguirá siendo solo un exportador de materia prima, que sube y baja su precio de acuerdo a las coyunturas internacionales, en vez de ser un país que se convierta en industrializado, exportador de tecnología, lo cual garantiza una estabilidad y tranquilidad económica para todos, en vez de una venta sobrevalorada de materias primas que solo beneficia a unos cuantos.

Tanto que se critica a los “caviares” en estos tiempos, pues habría que señalar que García también forma parte del club. Para definir el término, “caviares” son todos aquellos que en una época enarbolaron las banderas de la izquierda, pero que ahora se han reciclado, negando su pasado izquierdista, y volviéndose incluso del otro bando (llámese la derecha).

Eso es lo que ha pasado con García, pues ni siquiera está haciendo un gobierno socialdemócrata como se esperaba, al estilo de Rodríguez Zapatero en España, Lula en Brasil o Néstor Kirchner en Argentina, (¡y como lo plantea el mismo APRA en su ideario!) sino que está alineado con la derecha, dando preferencia al empresariado, sin darle importancia a los derechos humanos y sin promover la participación ciudadana. Por ello, Alan García sería un verdadero “aprista caviar”.